Tristeza, Conciencia y Oído, Danny Baker.
(*)Estos días estamos meditando sobre el arrepentimiento. Hemos aprendido que sin arrepentimiento no hay verdadera conversión; y de la misma forma, sin verdadero arrepentimiento no hay verdadera transformación.
El mundo no conoce la palabra arrepentimiento. Arrepentimiento no es tristeza, no es remordimiento, no es sentirse culpable. Arrepentimiento es revelación. Es cuando nuestros ojos han entendido a Dios, su autoridad y voluntad, su amor, paciencia y benignidad, y de repente “entendemos” el daño que hemos causado Él y a los que nos rodean.
El arrepentimiento no está motivado por un sentir de superación personal, sino que es el producto que surge de la revelación que nos da Dios por medio de su Espíritu Santo. A través de su palabra Dios corre las vendas de nuestros ojos, y nos permite verlo a Él, ver su gloria y majestad, su santidad y perfección, y ante este cuadro vemos lo que somos, lo que hemos hecho, y somos llevados por Él al arrepentimiento, por medio de una tristeza, que como veremos más adelante, es “según Dios”.
Isaías vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenando el templo y dijo: “!Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isa 6.5).
Los 3000 hombres que se convirtieron en Pentecostés, fueron confrontados, contristados y entristecidos por Pedro con una realidad que ellos ignoraban: el que habían crucificado era el Mesías que ellos mismos esperaban. Frente a la revelación de este hecho se “compungieron de corazón”. ¡Estaban muy tristes, consternados por lo que habían hecho! Esta tristeza los llevó a cambiar su manera de pensar para siempre. Este cambio se evidenció en que muchos de ellos dieron su vida por el Cristo que ellos mismos habían crucificado. Muchos vivieron situaciones tales como hebreos describe así:
“Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante. Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos” (Heb 10.32-34)
¡Buena tristeza la de los 3000 en Jerusalén!
Los corintios, fueron confrontados, contristados y entristecidos por Pablo por su pobre comunión, tan contrastante con el amor, la mansedumbre y la humildad que Cristo esperaba de ellos. Ahora, ya no se trata de inconversos, sino de creyentes que deben ser movidos al arrepentimiento. Es así que Pablo escribe 1 Corintios. Nuevamente, como aconteció con los 3000 en Jerusalén, vemos que los corintios llegaron al arrepentimiento. Pablo lo pone así:
Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. (2 Cor 7.9-10)
Es interesante que Pablo habla de dos tristezas. Una lleva al arrepentimiento, otra lleva a la muerte. Pablo dice que existe una tristeza que proviene del mundo. Ésta quizá produzca remordimiento, sentir de culpa, inclusive llanto, reconocimiento de faltas, etc., pero no lleva a la transformación. Pablo claramente destaca que ellos fueron entristecidos para arrepentimiento, que es la clave de la transformación. Lo dice con estas palabras:
Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto. (2 Cor 7.11).
Hermanos, muchas veces Dios nos llevó a la tristeza, al quebrantamiento. Nos confrontó con situaciones, con la voz de hermanos, con la voz de amigos, con la voz de nuestras esposas. También fueron instrumentos en sus manos aquellos que nos ofrecían caminos menos costosos, evangelios más fáciles. ¿Qué respuesta hemos dado ante esa tristeza?
Cabe preguntarnos:
- ¿La tristeza produjo en nosotros solicitud?
- ¿Produjo en nosotros defensa de la verdad?
- ¿Produjo en nosotros indignación hacia nosotros mismos, hacia nuestra realidad, al punto de quedar shoqueados y avergonzados, no de los demás sino de nosotros mismos?
- ¿Trajo temor y reverencia a Dios?
- ¿Nos llevó a un ardiente afecto hacia los que tenemos a nuestro alrededor, nos hizo amarlos más?
- ¿Se generó en nosotros un nuevo celo, una nueva pasión hacia su voluntad?
- ¿Vindicamos, con nuestra respuesta, la verdad, la voluntad de Dios, reconociéndolo a Él veraz y a nosotros faltos y mentirosos?
Acabo este pensamiento con un pasaje más:
“Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios”. (Rom 2.3-11).
Preguntémonos, como Pablo nos indica: ¿Valoramos las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, sabiendo que su benignidad nos guía al arrepentimiento?
Hermanos, nuestro Dios es amoroso, lleno de bondad, pero también es celoso y él busca nuestro arrepentimiento. La única manera de saber si nos hemos arrepentido verdaderamente, es viendo qué fruto la tristeza y paciencia de Dios han tenido en nuestro carácter. Todo lo demás es puro sentimentalismo y emoción barata. Librémonos de todo engaño en nosotros y vivamos con celo divino, con pasión, con solicitud la verdad de Cristo, mortificando a la carne, a nuestras tendencias contrarias a la voluntad de Dios.
Una limpia conciencia.
Es increíble ver cuán adicto es el corazón humano al auto-engaño. Se han inventado escuelas psicológicas, teologías, doctrinas y filosofías con el fin de “calmar” las necesidades de la conciencia. Buscamos naturalmente culpar a otros de nuestros males, y justificarnos en cuanta experiencia hayamos vivido, para aceptarnos como somos.
La Iglesia misma ha sido cómplice de esta tendencia del hombre, armando doctrinas que acaban sustentando lo que Dios aborrece: la tibieza, la falta de piedad, la ausencia de una voluntad celosa y comprometida con la voluntad de Dios. El hombre cristiano puede hoy elegir qué doctrina cree para justificar su estado, o puede arrepentirse, volverse a Dios para medirse con Él.
La clave del arrepentimiento es una limpia conciencia. Una conciencia limpia es una conciencia acostumbrada a vivir en la verdad. Cuando algo escapa de la verdad, la limpia conciencia confronta la situación; la rechaza. Este “mecanismo” de rechazo, mantiene a nuestro corazón “ablandado”, sensible a la verdad de Dios, acostumbrado a vivir en ella.
Una mala conciencia, es una conciencia que se acostumbró a simular la verdad. Cuando algo escapa a la voluntad de Dios, la mala conciencia pone en marcha un mecanismo de aceptación, de justificación, de simulación. La continuidad de este mecanismo da como resultado un corazón endurecido, que es un corazón entrenado por nosotros mismos a neutralizar el efecto de la voz de Dios.
La conciencia limpia está inmersa en un ambiente espiritual limpio. Ella requiere una comunión íntima con Dios, y para mantenerse pura, precisa también de una comunión profunda y verdadera con hijos de Dios basada en la verdad. Ningún solitario podrá jamás tener una conciencia pura, porque los hombres tenemos la clara tendencia al auto-engaño.
Quien quiera tener una conciencia limpia deberá mantener sanos sus oídos, para escuchar a Dios, para escuchar a los que están cerca, que son quienes más lo conocen. Oídos para percibir con atención lo que Dios quiere hablarle. Uno debe ser consciente de la tendencia al engaño que tiene el corazón del hombre.
“La mujer que me diste”, dijo Adán
“Fue la serpiente”, dijo Eva.
“La culpa es de mi pasado”, dice otro.
Una hermana dice: “lo que pasa es que nadie me entiende”
Un joven dice “Es imposible vivir santo ante tanta tentación”.
Quién se siente víctima de los demás, quien cree que merece más de lo que tiene, quien se ve justificado por diversas razones a ser como es, es alguien que ha caído en su propia telaraña. Mientras ésta es débil y aún está en proceso de ser tejida, puede ser vencida, pero cuando un corazón se ha esforzado en tejerla año tras año, ignorando las voces que le advertían, ésta se vuelve potencialmente invencible.
Estos son los que llegan a viejos, tal como empezaron.
Estos son los que, por tratar de convivir con la mentira, caen en abismos depresivos.
Estos son los que muchos miran como ejemplos dignos de imitar, pero acaban siendo objeto de desánimo porque, al final del camino, a pesar de que por largos años lograron aparentar que todo lo hacían bien, sus frutos no fueron lo que Dios esperaba de ellos. Su realidad estaba escondida. Lo que se veía era un mero despliegue teatral de supuesta piedad.
Estos son los que están presos en una cárcel, porque deben aparentar santidad, amor, humildad, cuando en realidad se aman a sí mismos, se han auto-entrenado para creer lo que no es verdad, y aunque puedan mantener un cierto grado de moralidad, no logran reflejar el carácter de Cristo.
Estos son los que terminan aislados de todos, los que acaban sus días creyendo que son mejores que todos, sumidos en un ostracismo auto-inducido, por su orgullo que no fue tocado por la verdadera comunión.
Llega un día, creo, en el que se cierran las puertas de nuestro entendimiento, de nuestra capacidad de cambio, de la disposición de nuestra alma a oír. Un día en el que nuestro corazón se ha sumido en un endurecimiento irreversible. Cuando ese día llega, será imposible deshacer el camino andado. La telaraña se ha vuelto de acero, y nuestra alma ha quedado aislada de la verdad de Cristo, de la verdad sobre nosotros mismos.
El Señor nos dice:
“ acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. (Heb 10.22-25)
El verdadero arrepentimiento nos lleva a tener un corazón sincero, a estar seguros en nuestra fe, nos purifica de mala conciencia, y lava nuestros cuerpos con agua pura (Heb 10.22). Nos permite acercarnos al trono del Señor, manteniendo firme, sin fluctuar la profesión de nuestra esperanza, teniéndonos en cuenta los unos a los otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, congregándonos, teniendo verdadera comunión, animándonos, corrigiéndonos unos a otros, sabiendo que Cristo vuelve pronto (Heb 10.23-25).
La buena conciencia, nace de oídos sensibles, por tener un espíritu humilde y quebrantado, por saberse pecador y por ver a los demás como superiores. La buena conciencia va acompañada de un discernimiento del cuerpo de Cristo, en alguien que acepta el lugar que Dios le ha dado a sí mismo, valorando también el lugar que Dios ha dado a otros.
La buena conciencia está libre del misticismo religioso en el que uno piensa conocer a Dios y a los ángeles más que nadie más, y por lo tanto no está firmemente unido a otros hijos de Dios (Col 2.18-19).
La conciencia limpia va acompañada de un espíritu sujeto al cuerpo de Cristo, por entender que la cara más visible de Cristo es la de otros hermanos (Mateo 10.40-42, Hechos 9.4-5, Juan 21.15-17).
Síntomas De Un Oído Defectuoso.
“Si Oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Det 10.16, 2 Cron 30.8, Sal 95.8, Heb 3.8, 15; 4.7)
Dios usa a quienes tenemos cerca para mostrarnos lo que no vemos en nosotros mismos. Una de las más comunes “telarañas” de auto-engaño se evidencia cuando creemos que estamos sujetos a Dios pero no estamos firmemente unidos al cuerpo de Cristo (Col 2.18-19). Esto es una falacia, una realidad triste, porque alguien puede suponerse espiritual, humilde, piadoso cuando en realidad no está sujeto a Cristo por no estar en su cuerpo.
Muchos quieren estar unidos directamente a la cabeza, pero no es así como Dios ha planificado las cosas. Cuando Cristo dio su vida, no solo pagó por nuestras culpas, redimiéndonos y liberándonos de la prisión oscura en la que estábamos. Él preparó un cuerpo aquí en la tierra. Su propio cuerpo. ¡Él lo constituyó! Estableció los ministerios de la Iglesia, y un sacerdocio santo, en el cada uno está unido a otros. Esto es lo que Pablo llama “coyunturas y ligamentos” Efe 4.11-16).
Quien piensa que está unido a Cristo sin estar unido a su cuerpo, está en realidad solo, alejado de Dios. Quien piensa que oye a Dios, pero no oye a los hermanos, está en un convento virtual, auto-generado por el orgullo carnal de sentirse superior.
Este tema requiere un tratamiento mucho más extenso. Pero destaco aquí algunas características de nuestra personalidad que muestran que estoy enredándome en una peligrosa telaraña de auto-engaño, alejándome del cuerpo de Cristo, alejándome de Él, cayendo en un espíritu de mera religiosidad:
- No dejo que otros terminen de hablar. Interrumpo, domino la conversación. Levanto el volumen de mi voz.
- Rechazo la corrección
- Me siento ofendido, me aíslo, me siento rechazado. Cuando me hacen observaciones las percibo como ofensas, intuyo malas intenciones en quien me habla.
- Vuelvo la atención hacia quien me habla.
i. Desacreditándolo
ii. Descalificándolo
iii. Volviendo el foco hacia sus errores
- Volviendo el foco hacia mis aciertos. Considerando una injusticia la observación, como si ella desmereciera u olvidara aquello bueno que hicimos.
- Nadie me corrige (Esto muestra mi orgullo, mi rechazo a la corrección, porque he levantado barreras para que no lo hagan)
- Tengo amistades superficiales. Mis mejores amigos no conocen mis debilidades, mis fallas, las críticas que otros me hacen. No me hago vulnerable a lo que ellos puedan decirme o corregirme.
¡Que el Señor nos libre y nos ayude a responder humildemente a lo que desea cambiar en nosotros!
(*) Notas personales del mensaje dado en San Miguel, Provincia de Buenos Aires, 13/7/2014