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¿Qué Significa Seguir A Cristo?, Danny Baker

31/07/2016

¿Qué Significa Seguir A Cristo?, Danny Baker

DannySilviaAlguien dijo que si sabemos algo, entonces podremos explicárselo a un niño para que lo entienda. He aquí un súper-breve resumen de la Biblia, un intento de “dibujar” con unos pocos trazos la esencia de la fe cristiana, para vernos frente al espejo, para medir cuánto hay de fe y de Cristo en nosotros. Te invitamos a separar una hora de tu tiempo con las Escrituras y el corazón abiertos.

La vida cristiana consiste en conocer al Padre y al Hijo (Juan 17.3). El Hijo dio a conocer al Padre (Juan 14.8-11), de modo que la vida cristiana consiste en conocer al Hijo.

El Hijo tiene una parte celestial (la “cabeza”, representada por su Palabra – Juan 1.1, Juan 6.68) y una parte que está en la tierra (“su cuerpo”) representada por la Iglesia (Col 1.18, Efe 1.22-23).

Para conocer al Hijo preciso estar unido a las dos partes: la cabeza y el cuerpo. No hay vida eterna posible sin el Hijo: sin guardar su palabra y sin estar unido a los hermanos (Col 2.18-19). De hecho, toda su Palabra se puede resumir en amar a quienes Él ama, como nosotros hemos sido amados.

Es necesario insistir: “Estar en Cristo”, “andar con Cristo”, “seguir a Cristo, etc.”, es obedecer su palabra en el contexto de las relaciones unos con otros,  porque todos los mandamientos se resumen en amar (Gal 5.14, 1 Juan 2.5), y amar es hacer con otros lo que Cristo hizo con nosotros (Juan 13.34-35, Juan 15.9-10, 1 Pedro 2.20-25).

Amar a Cristo y amar a los hermanos (empezando por dónde están los “más próximos”) son la misma cosa. El amor al hermano es la única evidencia de amor a Cristo  (Mateo 10.40-42, Marcos 9.41, Hechos 9.4-5, Juan 21.15-17, 1 Juan 4.20).

Amar es llevar la cruz, que no es otra cosa que perdonar a los demás lo malo que nos hayan hecho y hacerles bien sirviéndoles (Mat 5.44-48). Amar es tener gracia en el corazón. Esa gracia se expresa en servicio a los cercanos y en labios dulces (que edifican, que animan, que consuelan, que corrigen con gracia – Luc 6.45, Mat 20.25-28).

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre… la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. Santiago 3.13,17,18)

A esta altura de este quizá demasiado breve estudio, quizá te estés preguntando: ¿Qué de la obra?

Te invito a leer Juan 15.1-17. Aquí Jesús da un solo mandamiento reiterándolo varias veces: “permanezcan en mi amor”, ámense unos a otros”. Y claramente indica que la obediencia a este mandamiento es lo que indica que estamos en Él, en “la vid”. En el mismo pasaje, es claro que el fruto es una promesa y no un mandamiento. Esto mismo parece indicar Pedro en 2 Pedro 1.5-12.

Amados, el mundo precisa ver a Cristo en nosotros, y para esto es necesario permanecer en su amor, que es la única manera de saber que Dios permanece en nosotros: “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros” (1 Juan 4.12). Todo supuesto fruto que no parte de este amor, es mera multiplicación de gente, de buenas ideas, de buenas intenciones. La multiplicación de grupos o de gente es solo eso: multiplicación de gente y de grupos.

Cerramos con la clara manifestación de este concepto en la iglesia primitiva:

“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. Hechos 2.41-47

Esta Iglesia, la primitiva en Jerusalén, había entendido bien al Maestro. Y El Maestro mismo daba el fruto a través de ellos. Esto es lo que la iglesia de hoy, que parece multiplicarse grandemente pero que poco manifiesta de Cristo, necesita volver a imitar. No existe nada más evangelístico que una comunidad de discípulos que esparcen la presencia de Cristo en un amor que nace de un corazón limpio, de una buena conciencia  y de una  fe no fingida (1 Tim 1.5).  Este es el llamado de Cristo a nosotros: “Yo soy la vid, permanezcan en mí, permanezcan en mi amor y van a llevar futo pues para esto yo los escogí”.

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