La Voz Profética, Ángel Negro.
En un mensaje dado a pastores en los años ’80, Ángel toca, con mucha gracia y profundidad, el tema poco frecuente de la necesidad del ministerio profético en la Iglesia. Sin unción profética la Iglesia está condenada a quedar presa en sus estructuras, detrás de un activismo que no produce frutos, por perder de vista las prioridades que tiene Dios. Ángel menciona la necesidad de que el liderazgo de la iglesa trabaje como un equipo bajo unción y espíritu profético, vinculando el desaliento pastoral con la ausencia de esta unción.
LA VOZ PROFÉTICA
Ángel Negro, mensaje dado en los ‘80
Al desarrollar este tema de la voz profética, no voy a hablar de un ministerio específico, sino de la necesidad de que la voz profética esté presente en toda la comunidad.
Por momentos hablaré del ministerio profético en particular, en otros del ministerio apostólico, del pastoral, y hablaré también acerca de la voz profética en toda la vida de la comunidad.
El énfasis que quiero poner es que fluya la voz profética en toda actividad a través de toda la iglesia.
A través de toda la historia del pueblo de Dios, el ministerio profético ha sido muy destacado y particular; y cada vez que se manifestó, su mensaje trajo un desafío a los hombres.
Es a través de los profetas del antiguo testamento que llegamos a conocer con más exactitud las condiciones sociales, políticas y religiosas de Israel. Hay, además, rasgos distintivos del carácter de Dios que sólo podemos conocer por el ministerio profético. Por ejemplo, hay muchas situaciones que hoy nos toca vivir que son similares a las que enfrentaron los profetas del antiguo testamento. Al escudriñar la actuación de ellos en tales situaciones, descubrimos el pensamiento de Dios, llegando a conocer, con más profundidad, el carácter del Padre.
El carisma del profeta es la palabra de Dios; su ministerio es dar a conocer la voluntad del Señor. Los profetas trazaron las líneas y pusieron el cimiento del pueblo. Todo evento de gran trascendencia en el pueblo de Dios fue precedido y acompañado del ministerio profético. En Amos 3:7 dice: “porque no hará nada Jehová el señor sin que revele sus secretos a sus siervos los profetas”.
Siempre hubo una voz profética en medio del pueblo de Dios; y antes de que sucedieran los acontecimientos, ellos, los profetas, los veían. Lo que veían lo comunicaban; pero no fueron sólo visionarios, sino que acompañaron al pueblo y fueron parte de su suerte. Ejemplo de esto es el profeta Jeremías, quien además de profetizar fue parte de la suerte de su pueblo y sufrió juntamente con ellos.
Tenemos el caso de Daniel que profetizó en el mismo cautiverio; Hageo profetizó, vivió y disfrutó de la gloria de la restauración del pueblo de Dios. Fue el profetismo lo que mantuvo viva la llama de la espiritualidad en la casa de Dios y vez tras vez los profetas hicieron volver el corazón de los hombres al Señor. En medio de la decadencia siempre hubo una antorcha profética que estaba ardiendo. En Amós 4:12 dice: “prepárate para venir al encuentro de tu Dios”. Éste era el llamamiento de estos profetas a volver a los caminos del Señor.
El ministerio profético, como ningún otro, marcó en el pueblo de Dios ciertos rasgos, como por ejemplo: valor, convicción, fe, desapego por lo pasajero y transitorio, audacia, el no temer hacer el ridículo, saber escuchar a Dios, ser fieles a la palabra recibida, y aún tener como cosa de menor estima la pérdida de la integridad física por amor al Señor, y por fidelidad al mensaje recibido. Los profetas no eran una mera voz, una prédica, sino que todo su estilo de vida los acompañaba, la vida de ellos hablaba en forma tan fuerte que dejaba marcas en el pueblo del Señor.
No fueron hombres que se movieron por ambicionar puestos políticos o religiosos; las fuerzas que los movilizaban a actuar de la manera que lo hicieron era el llamamiento que recibieron y la palabra que ardía en sus corazones y no podían callar.
¿Quién puede callar cuando la palabra arde en el corazón? Ésta fue la fuerza motriz que los impulsó a actuar y no claudicar; estos hombres tenían una palabra del cielo en su alma. Tener palabra de Dios en nuestro corazón no es un lujo; es una necesidad. Nadie que se llame ministro del Señor puede tener en poco el que la palabra de Dios esté ardiendo en su alma.
Ahora bien, Israel se había convertido en una nación, se les había dado leyes y el pueblo se había comprometido a una vida de obediencia a Dios y sus mandamientos. El sistema de culto establecido en Israel, recordaba constantemente de su necesidad y dependencia del perdón y la misericordia de Dios. Los sacrificios tenían como fin proveer un medio acercamiento a Dios, y de encontrar perdón cuando alguno había caído en transgresión, pero hubo un tiempo cuando llegaron a ser sustitutos de una vida de obediencia y se convirtieron en meras técnicas rituales ” para mantener contento a Dios” y tranquila la conciencia. Fueron los profetas los que fustigaron duramente, una y otra vez al pueblo para que volviera el corazón a Dios.
Dios habló vez tras vez a por medio de los profetas; en algunos momentos llegaron a decir al pueblo “vuestros sacrificios me son abominación, no quiero sacrificios” pues éstos llegaron a ser sustitutos de una vida de obediencia a Dios. Cayeron en el error de entender que con sólo llevar algunos sacrificios al templo ya era suficiente. Desgraciadamente esto ocurrió vez tras vez.
El culto al Señor o la reunión tradicional, muchas veces se convirtió en sustituto de una vida de obediencia a Dios. Con ir a tal o cual reunión, o a tal o cual iglesia se tranquilizaba la conciencia, y Dios tuvo que levantar profetas en medio de su pueblo para tocar la conciencia del pueblo de Dios, para llevarlos a la vida e obediencia que Él reclamaba.
Dios los escogía de diferentes niveles de vida. Algunos fueron reacios al llamado divino, especialmente cuando se enteraron el mensaje que tenían que comunicar (como en el caso de Jeremías). Jonás se escapó, no quería saber nada. Muchos, como él, hasta se rebelaron. Jeremías llega a decir a Dios que no quiere hablar la palabra de Dios, pero esta palabra que está en él, es como un fuego que está metido en sus huesos (quiso sufrirlo y acallar esa voz pero no pudo). Algunos fueron muy ilustrados, como Isaías, otros boyeros -recogedor de higos-, como Amós (Amós 7.14).
Para revelar su voluntad normalmente Dios usó profetas, desde los días de Enoc, pasando por Noé, Abraham, Moisés, hasta Juan el Bautista, el último de los profetas del antiguo pacto. Es a través de estos hombres que Dios dio a conocer su voluntad. Estos hombres tuvieron una revelación parcial, aunque vieron lo por venir y lo saludaron de lejos. Juan el Bautista introdujo a Cristo. Cristo, la plenitud de la palabra; Jesucristo el gran profeta, la palabra viviente que reveló el Padre a los hombres. Y fue Cristo (La Palabra) quien dijo: “el que me ha visto a mí ha visto al Padre”. Con Jesucristo comienza una nueva era. El velo del templo se rompe y el Padre da a conocer en Él los misterios que tenía ocultos desde los siglos.
Los profetas que Dios levanta en esta nueva dispensación de su gracia ya no tienen que usar figuras extrañas para hablar al pueblo. Se ha hecho la luz, ya que la luz vino a los hombres. Dios se da a conocer a los hombres tal cual es, sin estar detrás del velo. La voz profética se hace oír y la iglesia se edifica. Los profetas pasan a estar integrados plenamente en la vida de la comunidad desde sus cimientos. La epístola de los Efesios nos dice que somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas. Sin embargo, a lo largo de los siglos, la iglesia se desvió de la verdad. Muchos de los que tuvieron palabra profética no la dieron por temor; se aburguesaron, o sus bocas fueron cerradas; pero Dios siempre despertó el espíritu profético para volver a su pueblo al fundamento y restaurar todas las cosas como al principio.
Hoy más que nunca la iglesia necesita un despertar profético. Solo un verdadero ministerio profético logrará hacer salir a la iglesia de su estado de postración, de su confusión denominacional, de sus arcaicas y enquistadas tradiciones, de sus interpretaciones tan particulares y hasta a veces absurdas, de sus reuniones sin gloria y de sus ministros sin unción.
Conversando con un pastor Bautista hace algunos días, él me decía: “lo que la iglesia necesita son profetas ¿dónde están los profetas?”. Me agradó escuchar que un hermano que está dentro de todo un esquema tradicional, sienta la necesidad de oír la voz profética.
Así como el pueblo se reúne alrededor de sus pastores y los hermanos son sus líderes, los pastores se deben nuclear alrededor de una voz profética. Y al hablar de una voz profética no me refiero a una persona en particular, sino a un espíritu profético, a una revelación profética, a un estilo profético. Es en torno a esto que se deben nuclear los líderes.
La iglesia se achata cuando no tiene unción profética, y vive al ras de la tierra, sin ver más allá de lo que tiene delante de sus ojos, perdiendo toda flexibilidad al refugiarse en una estructura monolítica donde vive a la defensiva.
La renovación de la iglesia en todo el mundo ha provenido de un soberano mover del Espíritu Santo de Dios, quién ha ungido a santos varones con una voz profética. Por medio de estos vasos los hermanos han recibido gran luz y estos están amando más la luz que las tinieblas. Son días de restauración; el Señor de la iglesia está restaurando la llama profética en su casa, ¡aleluya!
Los cinco puntos que señalo
- La historia del pueblo de Dios giró alrededor de la voz profética. A través de todo el desarrollo de las Escrituras, siempre vamos a encontrar una voz profética como centro de todo lo que Dios está haciendo.
- Todo evento de gran trascendencia estuvo precedido por una palabra profética.
- Los hombres con una voz profética acompañaron siempre la suerte del pueblo, tanto sea en gloria como en derrota. Vivieron, sufrieron o se gozaron con la suerte del pueblo.
- La llama profética mantuvo viva la llama de la espiritualidad en el pueblo, o les amonestó a volver a Dios.
- ¡Cuánta necesidad hay en la iglesia hoy de un mover profético!
La necesidad profética en el ministerio pastoral:
1Co 12:28: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas”.
Ef. 4:11: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”
Hch. 13: 1-2: “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”.
Esd 6:14: “Y los ancianos de los judíos edificaban y prosperaban, conforme a la profecía del profeta Hageo y de Zacarías hijo de Iddo. Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío, y de Artajerjes rey de Persia”.
Este último texto señala que prosperaban conforme a la palabra profética. Allí había ancianos, también reyes. Era un trabajo de equipo alrededor de la palabra y voluntad de Dios. No se trabajaba alrededor de planes, sino conforme a la palabra de Dios. Nadie puede hacer una obra eficaz a solas, tarde o temprano todos nos daremos cuenta que nos necesitamos.
En Antioquia había profetas y maestros, estos ministraban juntos. En este lugar parecería que había profetas de rasgos muy definidos. No en todos los casos se da que haya profetas en forma tan definida como los que había en Antioquia; pero los más importante, haya o no profetas como había allí, es que exista una unción profética.
Tiene gran importancia el ministerio profético, aunque no en todos los casos se da que hay ministerio profético; pero sí, es necesario que haya unción profética. Que todo ministro de Dios actúe bajo la unción profética, que todo pastor trabaje bajo la unción profética, que la comunidad viva bajo la unción profética, este es el deseo de Dios para todo su pueblo.
El pastoreado no es completo si no hay gracia profética que acompañe.
Nm. 16:9: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles?”
Señalo la importancia del ministerio que hemos recibido del Señor. En este capítulo, que relata la rebelión de Coré, Moisés pregunta:
-“¿Les es poco?”
-“¿Es poco lo que Dios ha hecho con nosotros?”
-“No sólo nos salvó y nos hizo parte de su pueblo, sino que estando en su casa nos apartó para que le sirvamos delante de su presencia. Nos apartó para que carguemos con vidas, con familias, con hombres y mujeres para los llevemos al altar de Dios y los presentemos”.
Nadie tenga en poco su ministerio, pues es un trabajo santo el que Dios nos ha dado. Dios ha tocado nuestras vidas para que estemos en su casa. Aunque tenemos la unción de Dios, no siempre actuamos bajo ella, no siempre nos movemos bajo esta unción.
El pastor, el humanismo, y su necesidad de unción profética.
Quiero señalar algunos de los problemas del pastor para entender la necesidad de guía profética.
Uno de los problemas es el humanismo. Creo en forma muy personal que lo que más dañó a la iglesia es el humanismo, el peor de los “ismos”, pues es lo más parecido al cristianismo, pero es una filosofía escondida bajo un manto de piedad, que apela a la razón y a los sentimientos.
Las cosas más parecidas son las más peligrosas, las que mejor pueden engañar. Dicen que el peor enemigo del comunismo no es el capitalismo, sino el socialismo por su parecido.
Hay muchas congregaciones y grupos que no cayeron en grandes herejías. Leen la Biblia, creen en la inspiración divina de las Escrituras, pero cayeron en un activismo humano improductivo, que no santifica al pueblo ni tampoco hace la obra de Dios, en el que la gente vive como quiere, hace lo que se le da la gana, y así pasan los días creyendo que están haciendo la voluntad de Dios, en un activismo estéril.
Todo pastor es pastor porque tiene corazón de pastor, parece un trabalenguas pero es la verdad. Sino tiene el corazón de pastor se buscará otra cosa.
Los pastores tenemos un corazón que ama a la gente en el que se mezcla la compasión humana y la compasión de Cristo; todos, en mayor o en menor medida, tenemos problemas en esta área. Se forma, a veces, una mezcla de humanismo y sentimentalismo, que puede dañar la vida el pastor u obrero, desviándolo de su propósito de hacer la obra de Dios.
El humanismo, a nuestros ojos, es aparentemente más bueno que Dios. Imagínese una pareja que ha estado treinta años juntos, sin casarse. ¡Qué locura pedirles que se separen! ¿En qué cabeza cabe? Esta pobre mujer se hacía casado con un tránsfuga y ahora está limitada para formar una familia. ¡Es inhumano pedirle algo así! Pero en verdad no es humano, es mandato divino.
El humanista se pregunta: ¿Puede un Dios bueno mandar a tanta gente al infierno? “Al final Dios en un arranque de bondad nos perdona a todos”, piensa. Para nuestra manera de pensar el humanismo se constituye en más bondadoso que Dios mismo.
El humanismo se opone a Dios.
Las presiones de la gente sobre el pastor, la impotencia frente a situaciones difíciles, los pecados de los hermanos y el querer ayudar a todos, la insistente demanda de muchos, el teléfono, el timbre, la presión de la conciencia, el llorar con los que lloran de una manera casi constante. Todo esto puede llegar a producir ciertos conflictos interiores donde no se discierne entre lo humano y lo divino, a veces se actúa más como un buen consejero que como un ministro de Dios y las relaciones cordiales y amistad suplantan las relaciones espirituales. Esto es muy humano.
El bisturí pierde su filo y la palabra de autoridad no es ni luz ni martillo. A esta altura uno puede moverse más por las necesidades que por las prioridades de Dios y el que menos se da cuenta de esto es el mismo pastor, porque su activismo le engaña.
El problema de no saber decir que “no” frente a las presiones se vuelve un escollo; y estas presiones muchas veces van en detrimento de la atención que el pastor debe dar a su familia, su esposa, sus hijos, los hermanos. Y llega el momento en que uno está corriendo de aquí para allá, descuidando y perdiendo de vista las prioridades.
Todo pastor u obrero verdaderamente comprometido, siente esa fuerte presión sobre su propia vida.
Como resultado de todo esto, los problemas domésticos terminan oscureciendo la visión.
Hag 1.1.-4: “En el año segundo del rey Darío, en el mes sexto, en el primer día del mes, vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, diciendo: Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada. Entonces vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo, diciendo: ¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?
Para Sorobabel, Josué y el pueblo, no era tiempo de que reedificasen el templo. Para ellos era tiempo de correr tras las necesidades de vivienda, trabajo, comida y ropa en un momento en de gran escases.
Hag 1:6 “Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto”.
Actividad sin productividad; mucho activismo y trabajo con muy poco fruto y resultado. ¿El porqué? –“Yo lo disiparé, dice el Señor”: Hag 1.9: “Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice Jehová de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa”.
Luego hay un llamado a la reflexión: “meditad en vuestros caminos”. Actividad sin dirección profética ha sido el modus operandi de la iglesia por siglos. Por mucho tiempo la iglesia se ha movido y actuado de esta manera.
El profeta Hageo no dice que todas esas cosas constituyan pecado, sino que el orden de preocupación no era el correcto. Hay una ausencia de claridad en las prioridades establecidas, por alterar el orden de Dios. Él dice: “yo lo disipo, yo mando la sequía”.
Muchas veces la falta de bendición sobre ciertas áreas en nuestra vida es el resultado de haber alterado el orden de prioridades establecido por Dios. Si no establecemos prioridades, la obra se estanca, nos distraemos en pequeñeces, al final todo se estanca. Pablo, cuando escribe su carta a los Romanos, les dice: “quiero ir a vosotros, cuando vaya a España pasare por allí, pues no tengo más campo en estas regiones”. ¿Cómo es esto? ¿No tienes más a quien predicar en toda la región?
La respuesta de Pablo habría sido: aquí ya hice lo que había que hacer. Aquí ya hay obreros y ancianos establecidos en cada lugar, ahora les toca a ellos continuar la tarea. Lo que Hageo hace con su ministerio profético es establecer bien las prioridades para alcanzar los objetivos señalados por Dios.
Tengamos cuidado con las cosas que nos desvían. A veces parecen inocentes, como lo puede ser un libro que leemos, o un mensaje que escuchamos por ahí, pero que nos desvía de aquellas prioridades establecidas por Dios. Jesús puso su rostro como un pedernal y fue a Jerusalén. Él tenía una meta, un objetivo y no se desvió de allí.
Alguien podría acusarle de inmisericorde por no atender el ruego de la mujer siro-fenicia. Él le responde que no es bueno sacarles el pan a los hijos y dárselo a los perrillos. Ésta es una palabra dura para algunos, pero Él estaba enfocado en aquello que le fue dado para hacer, y fue firme y decidido para hacer esa obra. Ten cuidado, tu corazón y sentimiento te pueden engañar.
La Resignación.
El otro problema que nos puede ocurrir es que caigamos en la resignación, que bajemos la guarda y percibamos algunas metas como inalcanzables. Veo a algunos predicar sobre algunos temas con gran vehemencia, pero al corto tiempo se resignan. Muchos salieron con gran fuerza pero quedaron en el camino con una sensación de fracaso; salieron a conquistar un imperio pero se conforman con un pequeño terreno.
Cuando caigas en el espíritu de resignación, lee hebreos 11, donde está la crónica de quienes no claudicaron. Nosotros estamos aquí porque otros, antes que nosotros, no se dieron por vencidos. Quizá tuvieron que enfrentar luchas, problemas y grandes necesidades, pero siguieron adelante porque vieron más allá.
Y si aún no podemos alcanzar nuestra visión, nos proyectamos con gran fe para que otros la alcancen. Hemos tenido quizá revelación de algo que no podremos ver concluido, pero trabajamos, haciendo la parte que nos toca hacer, para que otros cosechen lo que a nosotros nos tocó comenzar a sembrar. Aquí radica la necesidad de visión profética: un ministerio que mantiene viva la visión y genera los ajustes necesarios para seguir con paso firme hacia los objetivos.
El ministerio profético ve más allá. Las escrituras declaran que un pueblo sin visión perece.
El profeta es el hombre del mangrullo: ve un poco más lejos que otros. Ve los peligros antes que los demás, ve también la mano de Dios. No hay nada más penoso que un fuerte sin mangrullo, y una iglesia sin palabra profética.
El atalaya ve tanto los peligros como el auxilio que viene. Es triste ver una iglesia sin esta defensa. Pablo pudo decir: “yo sé que después de mi partida…”. Él estaba viendo cosas que podrían suceder, advirtiendo acerca de los cuidados que debían tener los obispos de la iglesia. Veía los peligros que enfrentarían. Lo mismo hace Moisés antes de entregarle el mando a Josué. Y el ministerio profético, así como ve desde más lejos el peligro, también, como Eliseo, puede ver a su alrededor la ayuda celestial.
Hoy la iglesia tiene gran necesidad de hombres que puedan ver más allá. El profeta como hombre que ve más allá, alerta de peligros, corrige desviaciones, provee los ajustes necesarios para seguir con paso firme hacia los objetivos.