La Insatisfacción, Danny Baker
Una fuerza interior en el alma humana precede al pecado, que a su vez precede a nuestra separación de Dios. Un análisis de la escena del pecado original nos lleva a preguntarnos el lugar que tiene el sentir de que “precisamos algo más”, de que algo nos falta, en nuestra incapacidad de llevar fruto en nuestra vida diaria y nuestras relaciones. Un escrito que surge de una palabra dada en San Miguel durante 2022.
Amados, quisiera dedicar unos minutos para compartirles una palabra acerca de algo que está siempre frente a nuestros ojos y solemos pasar por alto. No traigo aquí nada nuevo, como verán, sino que volviendo al punto donde todo comenzó, al Génesis, propongo que nos detengamos a observar como si estuviéramos allí, la escena del Edén, que nos retrata de manera precisa la forma en que los seres humanos nos degradamos. Los elementos que se hallan en esta escena del principio mismo de nuestra creación se mantienen intactos en nuestro comportamiento como seres humanos, y, como veremos, son abordados a lo largo de todas las Escrituras.
Hay un dicho popular que dice que “la manzana no cae muy lejos del árbol”, refiriéndose a que heredamos lo que aprendemos de nuestros padres. En nuestro caso, como hombres y mujeres descendientes de Adán y Eva, cargamos con lo que la palabra de Dios llama la “raíz de pecado”, el “cuerpo del pecado”, la “naturaleza carnal” que prevalece en nuestra esencia y nos lleva a repetir la misma escena que ocurrió unos cuantos miles de años atrás en ese día fatídico en el cual entró el pecado en nuestra raza.
Nos es muy provechoso cada tanto volver a la escena del árbol, el fruto prohibido, la serpiente, la esposa deambulante y el esposo distraído. No debemos pensar al hacerlo que estamos ante mitología griega o ante un ensayo filosófico: Estamos ante aquello que Dios reveló a Moisés mucho tiempo después de haber ocurrido, dejando en su pluma los trazos de un cuadro real, que ocurrió frente a los ojos de Dios y que anticipó la cruz de Cristo, el momento más doloroso que ha tenido que presenciar nuestro Creador, que por amor nos escogió desde antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha, semejantes a Cristo, a Quien el Padre tendría que enviar a nosotros en la dispensación de los tiempos. Vayamos al relato de Moisés:
Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. (Gen 3.1-69)
Siempre me he preguntado al leer estos versículos, ¿por qué estaba Eva mirando este árbol? Imaginemos a alguien que vive en una gran mansión rodeada de jardines franceses con flores exóticas traídas de todas partes del mundo, con hermosas cascadas de agua, con aves provenientes de todo el planeta, con un ejército de expertos jardineros, en donde cada árbol, cada planta, cada arbusto está perfectamente seleccionado y armonizado con el paisaje, pero que la dueña de casa se ha obsesionado con un solo árbol. Imaginemos además que los jardineros le han indicado a la mujer que ese árbol es el único peligroso en todo el jardín, y que si comiese de su fruto moriría instantáneamente.
Aunque me esfuerzo por retratar un jardín hermoso, este jardín no está a la altura del Jardín de Edén donde estaban todas las especies de árboles hermosos, con frutos delicados. El Paisajista del Edén no era un grupo de expertos jardineros, era Dios, el Creador de todas las cosas. Se trataba de un Jardín mucho más bello y extenso que el jardín que ninguna mansión pudiese hoy tener. A esto hay que agregar la inexistencia de plagas, la inexistencia de lluvias y tormentas, granizo, vientos huracanados, la inexistencia del sudor y cansancio ya que era regado con un vapor nocturno. Tampoco existían las espinas, los cardos, ni las plagas. Pensar en el Edén bíblico, es pensar en una utopía imposible en nuestra era.
Con esto que estoy diciendo desearía que mi pregunta acerca de qué hacía Eva mirando y codiciando este árbol prohibido, se haya vuelto más relevante. Este árbol, que era uno solo entre millares de árboles hermosos, sin embargo, debía existir, era necesario. El hombre y la mujer habían sido creados a la imagen de Dios, pero no eran dioses. No eran creadores, eran criaturas hechas por Dios. En toda la creación debía haber algo que marcara un límite entre ellos y su Creador; entre el Eterno que no tiene principio y las criaturas por Él hechas un determinado día de la historia. Tener la semejanza de Dios no le otorgaba al hombre el ser su propio señor.
El salmista dice: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmo 8:6), indicando el gran poder y autoridad que le había sido concedido al hombre. Pero era Dios quien lo había creado, y era Él quien había creado el universo y la tierra en la cual lo había puesto. Era Dios quien establecía las leyes del universo y del hombre. El hombre no era el dueño de la creación, Dios lo era; y puso en ella al hombre dándole gran importancia al dotarlo de cualidades divinas que no había concedido a ninguna otra criatura.
En este siglo XXI cuando miles de años han pasado y ha aumentado la ciencia exponencialmente al punto que tenemos una estación espacial con astronautas permanentemente orbitando alrededor de la tierra y submarinos que nos mandan imágenes de criaturas que viven a decenas de miles de metros de profundidad en las fosas de los océanos; aun hoy cuando viajamos en pocas horas volando en aviones a través del mundo. Sin embargo, el concepto de la diferencia entre Creador y criatura nos resulta a los hombres difícil de asimilar. Podemos comprender fácilmente la maravilla de la creación, pero esto no nos lleva a postrarnos en agradecimiento delante del Creador.
El árbol prohibido era un límite insignificante para la criatura, pero aquí está Eva, increíblemente mirando su fruto, codiciándolo. Mientras retenemos esta imagen de Eva “perdidamente enamorada” del árbol, quisiera que también razonemos acerca de otro aspecto para mirar esta escena desde nuestra realidad actual. La ley de Moisés dada por Dios a Israel en el libro de éxodo, tiene alrededor de 600 mandamientos y todos conocemos la desobediencia constante de Israel, y el castigo recibido por Dios. Luego, en el cumplimiento de los tiempos llega a nosotros Jesucristo, y algunos dicen que los mandamientos que Él nos trajo fueron muchos más y mucho más difíciles que aquellos en la ley de Moisés, ya que los mandamientos traídos por Cristo apuntan al universo interior de las intenciones del corazón. Como ejemplo, citamos el siguiente mandamiento de Jesús: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:21-22)
¿Has alguna vez visitado una verdulería que vende frutas de alta calidad? ¿alguna vez tuviste la tentación de comprar un poco de cada una de las frutas que allí se venden? ¿Cuántos tipos de frutas has probado y conoces? A lo largo de la vida he estado en verdulerías en varios países, tipos de clima, y estaciones del año. Dios me dio el privilegio de estar casado con una nutricionista (¡qué sería de mí sin ella!), amante de las frutas, y ha puesto sobre nuestra mesa cuánta fruta ha tenido a su alcance. Aun así, ¡creo que solo conocemos una fracción de los frutos que seguramente había en el Edén!
¡El Edén era una “verdulería” viva e infinita! Las frutas no estaban en cajas, traídas desde lejos, refrigeradas en cámaras de frío, no habían sido rociadas con fertilizantes, no estaban comidas por insectos, y no tenían amenazas de plagas ni de clima. Seguramente el huerto del Edén había sido puesto sobre un suelo virgen y sumamente fértil. ¿Alguna vez comiste las frutas directamente de un árbol en un huerto? ¿Pudiste escoger entre las que colgaban de una rama, en su mejor punto de maduración? ¡qué dulzura, cuánto jugo natural, qué gusto perfecto, qué deleite! Aún recuerdo las perfectas ciruelas del ciruelo de nuestro pequeño jardín en el fondo de nuestra casa en el barrio de Floresta. Nuestro terreno había sido comprado por mi abuelo materno de Bulgaria, don Sava Koeff, al dueño de la estancia que daba nombre a nuestro barrio, y había sido parte del casco de la estancia que aun hoy se levanta en el lote del fondo de nuestra casa, y seguramente este árbol había sido un frutal del huerto de la antigua estancia. Esperábamos con ansias aquellas ciruelas. En casa se hacían muchísimos frascos de mermelada, y se regalaban innumerables bolsas de ciruelas nuestras visitas porque ¡no alcanzábamos a comer la producción de un solo árbol!
¿Por qué está Eva codiciando el árbol prohibido? ¿No vio los demás árboles? ¿No recuerda la dura advertencia de Dios, y el riesgo en el que se está colocando? ¿No se da cuenta que está cruzando una línea que va a malograr nuestra existencia? Veamos de qué manera describe Dios los árboles que están a su alcance: “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer…” (Génesis 2:8-9)
¡Dios había provisto al hombre de TODO ARBOL DELICIOSO A LA VISTA Y BUENO PARA COMER! ¡Los frutos no solo eran deliciosos, sino que eran atractivos, atrayentes!
Mi insistencia en hacer la pregunta: “¿qué hacía Eva mirando este árbol prohibido?” es porque estoy convencido de algo: de que fue empujada por una fuerza que no solemos tener en cuenta. Esta fuerza la llevó a estar donde no debía estar, querer lo que no debía querer, despreciar lo que no debía haber despreciado. Un empuje interior invisible, un precursor del pecado, acerca del cual debemos estar advertidos, bien representado en las Escrituras como veremos más adelante. Nos hemos generalmente detenido en el instante en el que Eva habla con la serpiente, pero hubo una actitud anterior, un viento que la empujó hacia el árbol árbol prohibido, donde obviamente la estaba esperando también la serpiente.
Al leer el relato bíblico llego a las siguientes conclusiones:
- Eva no estaba satisfecha con “todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer” que Dios había puesto en el huerto. Hay que agregar que era bastante extenso y que debería crecer más como fruto de la misión que les fue encomendada.
- Eva tenía una curiosidad y poco temor hacia aquello que estaba prohibido por Dios
Llamo a esta actitud precedente “La Insatisfacción”. Sentir de insuficiencia, de merecer más. Ingratitud, descontento. Falta de plenitud y contentamiento desencajado de la realidad y la lógica visible. Una fuerza invisible del alma humana que debe hacer sonar en nosotros las primeras alarmas de un inminente desvío. Veremos más adelante que el propio Apóstol Pablo señala esto como injusticia e impiedad y que aun en nuestros días despierta la ira de Dios sobre los hombres.
La insatisfacción es una antesala, un precursor de nuestra propia perdición, y que nos es urgente reconocer en una era donde los árboles prohibidos se han multiplicado. La serpiente no está ahora enroscada en las ramas de un árbol único en medio de un huerto. “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19) nos advierte Juan. La insatisfacción nos expone a encontrarnos con el maligno para terminar bajo el hechizo de su engaño. Nos hace merodear en los múltiples árboles prohibidos del presente.
Nadie se levanta por la mañana diciendo “hoy voy a transgredir la ley de Dios, a sumergirme en el pecado y buscar mi propia destrucción y la de quienes me rodean”. Por el contrario, solemos desear hacer el bien, ser justos, andar en limpia conciencia, sin embargo, fácilmente terminamos en conversaciones con la serpiente, colocándonos en el máximo riesgo para nosotros y para quienes nos rodean, como hizo Eva con Adán. ¿Cómo nos ocurre esto? Sencillamente en la ausencia de agradecimiento, en la falta de comprensión de la infinita grandeza de Dios, sintiéndonos “que estamos para más”, concentrados en aquello que no tenemos, ignorando lo que Dios nos dio o considerándolo insuficiente.
¿Dónde estaba Adán?
A propósito de Adán, si Eva estaba conversando con la serpiente frente al árbol, ¿dónde estaba Adán? ¿Tiene Adán responsabilidad acerca de esto? Yo creo que sí. Siempre entendí que muy probablemente no estaba ejerciendo su encargo de marido, sumergido en un desdén, una despreocupación respecto de su misión de esposo. El hombre y la mujer fueron creados complementarios ya que cada uno fue “cableado” internamente por Dios de manera diferente. La mujer no fue creada para vivir independientemente del varón, y el varón no fue concebido para vivir independientemente de la mujer.
Esto requiere detenernos unos minutos para explicar algo que tampoco es tan evidente ante nuestros ojos, y mucho menos lo es en los días que vivimos. Dios, después de haber creado a Adán, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). El hombre por sí solo no podía cumplir su función, sino que precisaba una compañera, una ayuda idónea, que fuera competente, creada con habilidades especiales que él no poseía. Para quienes puedan ver en esto un sesgo machista en Dios, permítanme decir que no es así. Dios dio a cada uno diferentes cualidades y grados de responsabilidad, pero a ambos encomendó una sola misión, propósito y motivo de vida. En ninguna forma Dios le dio al hombre una libertad de usar a la mujer para sí mismo, para su propio beneficio, para su propia imaginación y propósito. Ambos gozaban de beneficios y deleites mutuos dados por Dios, pero ambos debían cumplir con el propósito de Dios, bajo la paternidad y autoridad de Dios. La responsabilidad que el hombre tenía no era autocrática sino teocrática. No provenía de sí mismo y para sí mismo, sino de Dios y para Dios. La autoridad y responsabilidad de Adán era delegada, no propia. ¡Ni el hombre ni la mujer fueron creados por Dios para hacer su propia voluntad! Tanto el machismo como el feminismo son expresiones contrarias a la creación de Dios.
Sabemos que Eva estaba donde no tenía que estar, mirando de frente al fruto prohibido, conversando con la serpiente. ¿Dónde estaba Adán? ¿qué estaba haciendo? Claramente Adán no estaba cumpliendo con su función, con su responsabilidad de marido y no es inocente en esta escena. Seguramente estaba distraído, ajeno a la vida de Eva, sin recordarle a ella lo que Dios había mandado. Probablemente se excusaba con desdén, quizá cansado de la rutina, quizá perdiendo de vista por momentos la misión que le había sido dada.
Tres Culpables, Un Solo Responsable
Hace pocos días, en una conversación con Evangevaldo Farías en la que aprendí algo nuevo que se relaciona con lo que estoy tratando de explicar acerca de Adán y su lugar en toda esta escena en el Edén. Vanjo me decía que en Edén hubo tres culpables: la mujer, la serpiente y el varón. Cada uno fue reconvenido por Dios, como vemos en el siguiente relato bíblico:
Notemos aquí la manera en que Dios actúa ante este escenario trágico que desmarcó al Edén de su propósito original: Primero viene al hombre, a pesar de que sabía que no había sido él quien tuvo el impulso ni el acto de desobediencia inicial. Dios responsabiliza en primer lugar a quien estaba puesto por Él como administrador y responsable, el cual increíblemente responde como los varones hoy solemos hacerlo después de miles de años: deslindando nuestra responsabilidad en Dios (“la mujer que me diste”) y en la mujer (“me dio del árbol”). Dicho en otras palabras, Adán le transmitió a Dios la siguiente idea: “soy una pobre víctima tuya y de mi mujer, porque fuiste tú quien me dio a Eva y fue Eva quien me dio de comer”. Ya veremos que Dios no acepta esta insensatez (A veces me pregunto qué hubiera acontecido si la respuesta de Adán hubiese sido como la que el mismo Jesús coloca en la boca del hijo pródigo en la famosa parábola: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” -Lucas 15:21). Pero veamos como continúa el relato de Génesis:
¡Cuánta paciencia tiene Dios! Tampoco la mujer se hace responsable, sino que ella también se desentiende de su responsabilidad, ahora en la serpiente, a la que no le es dada la oportunidad de un descargo, sino que es maldecida sin que pueda excusarse de ninguna forma. Ambas, la serpiente primero y la mujer después son maldecidas por Dios con las siguientes palabras:
Nos queda aún saber el trato de Dios con el hombre, que también es maldecido con las siguientes palabras:
Volviendo a la conversación con Evangevaldo, él me hizo notar lo siguiente: en Edén hubo 3 culpables, pero un solo responsable. La tierra es maldita por causa de Adán, más allá de que no fue él quien tuvo la iniciativa para pecar, sino Eva. Aquí los hombres tenemos un mensaje fuerte de parte de Dios acerca del modo en que Él ve nuestra posición en la creación.
La Escena De Edén Y La Carta A Los Romanos
Hace poco tiempo Jorge Himitián nos compartió su libro “El Motor de la Misión”, mencionando cuatro cuadros que estaban en el corazón de Pablo. El primero de ellos es el de la degradación humana. Lo hizo llevándonos a comprender mejor el significado de lo que Pablo le escribe a los Romanos en el capítulo 1, donde nos revela el proceso que, a mi entender, tiene mucho que ver con la escena del Edén. Hallamos aquí elementos similares a los que se encuentran en la escena del pecado original, un mecanismo y un proceso de degradación que ponemos en marcha nosotros mismos.
Es verdad que el pasaje muestra la degradación en la que caen aquellos que Pablo describe con los peores calificativos, pero después de oír a Jorge darnos un resumen de su libro, comencé a leer este primer capítulo de la carta a los romanos con una mejor comprensión. Estos hombres y mujeres en un alto grado de depravación no llegaron a ese estado de manera repentina, ni nacieron con esa tendencia. Sin embargo, todos ellos en algún momento comenzaron a bajar escalones en la escalera de la degradación que Pablo nos muestra y que bien nos hace comprender, porque, como veremos, los primeros escalones hacia abajo son los mismos que Eva tomó al principio de la creación.
Primer Escalón Hacia Abajo: Vanidad y Entendimiento Entenebrecido
Impiedad, nos dijo Jorge, significa “sin piedad”. Un sinónimo posible de la palabra “piedad” es clemencia, misericordia, pero también es sinónimo de devoción a Dios, de honra, respeto. Un hombre piadoso es alguien temeroso de Dios, que lo honra. Piedad tiene que ver con el valor que uno le otorga. Cristo nos dice: “donde esté tu tesoro estará también tu corazón”. ¿Qué atesoramos? ¿Qué valoramos? Impiedad, nos dijo Jorge, ¡es la mayor injusticia hacia Dios! Que quien nos creó y nos da la vida, el aire, la naturaleza, la salud, la familia, y todo lo que tenemos y nos rodea sea ignorado, sea puesto en un lugar de desprecio, es la mayor injusticia que pueden hacer los hombres.
Pablo nos dice que no tenemos excusa cuando ignoramos a Dios, porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen visibles claramente a través de las cosas creadas por Él. La impiedad y la injusticia hacia su Creador es ignorarlo, eliminarlo del cuadro de conciencia, y esto parece ser lo que Pablo considera “detener con injusticia la verdad”. ¡Impiedad significa querer tapar el sol con las manos! Significa mentir, significa torcer la realidad. Esta impiedad, esta falta de atesorar, valorar da como fruto el primer escalón de degradación: se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido
El hombre que ignora a Dios, que no le da gracias, que no lo valora, que no lo reconoce, que no lo tiene en cuenta, está cayendo, sin saberlo, en una trampa de degradación, cuyo primer fruto será el envanecimiento de sus razonamientos, el oscurecimiento de su corazón. El original usado por pablo para ese envanecimiento tiene el sentido de volverse tonto, idólatra, perverso, soberbio. La soberbia es algo vano, sin sentido; implica auto percibirse de manera equivocada, no conforme a la realidad. Nuestra impiedad hacia Dios vuelve tontos nuestros razonamientos y nuestra óptica de nosotros mismos, de los demás, de lo que nos rodea. Esto nos lleva al oscurecimiento de nuestro corazón, el cual se ha vuelto necio, loco, tonto.
La impiedad y su consecuente injusticia hacia Dios, que es la pieza fundamental de la vida y eternidad, hace nacer en nosotros la estupidez, la locura. ¿Cómo podría alguien concebir un cuadro sin pintor, un objeto sin artesano, un mueble sin carpintero, un reloj sin fabricante? El argumento parece demasiado simple para tener que detenerse en él, ¡sin embargo es lo que nos ocurre!
Quisiera destacar un pensamiento que nos conviene destacar: este primer paso en la degradación es algo autoinducido, creado por nosotros mismos, que está bajo la esfera de nuestra voluntad y poder, y, como veremos, nuestro deslizamiento va ir colocándonos gradualmente en una situación en la que iremos perdiendo nuestra capacidad de retorno. Creo que este es el comienzo de un corazón que se está endureciendo, el inicio de la locura. Podríamos llamar a este proceso como autoengaño: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”. Para dejarnos claro cómo es que comienza nuestra degradación, vuelve en el versículo 28 a insistir: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen”.
Esto mismo es lo que estaba ocurriendo con Eva en el Edén el día en que quedó deslumbrada por el fruto del árbol prohibido. No tuvo en cuenta a Dios, no le glorificó, no estaba agradecida por todo lo que estaba a su alcance y se envaneció en su manera de pensar: “¿Cómo es que no puedo comer de este árbol? – ¡Seguramente voy a volverme como Dios!, ¡El fruto es muy atractivo!, ¡No es verdad que voy a morir!”. ¡Se envaneció en sus razonamientos, su necio corazón fue entenebrecido!
Amados, ¡qué fácil es caer en este derrotero! Es tan común olvidarnos de que somos hijos de un Padre amoroso que nos ha dado todas las cosas que tenemos, aunque merecíamos el castigo. Con todo el bien que hemos recibido a pesar de nuestro pecado, deberíamos más bien estar movidos con estos pensamientos. Notemos de qué forma quería Dios que entendiesen los israelitas en día de reposo, y cómo este sentido de gratitud y plenitud es esencial para Él:
¡Todos los días son delicia, santos, gloriosos de Dios! (Dios es Señor hoy de todos los días, no solo del sábado, ahora que vino a nosotros). Todos los días debemos abstenernos de nuestras obras, de nuestras palabras. Todos los días deberíamos estar movidos por un corazón agradecido que se deleita en Dios, que se siente satisfecho, pleno. Un corazón pleno está lleno de gratitud, y la gratitud es el antídoto contra nuestra degradación. Jesús nos advierte: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mateo 13:22), al referirse a este mismo sentir de insatisfacción e ingratitud. Pablo parece apuntar a este mismo aspecto con estas palabras: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6:6-9).
Rompiendo El “Hechizo” De Nuestros Afanes Mientras No Es Tarde
Quizá alguno dirá, “yo no quiero enriquecerme, me basta con lo que tengo”, pero nuestra codicia no se limita a lo material. Queremos que nos traten mejor, que nos sirvan, que todos los días sean soleados, que nos valoren, que nos reconozcan. Estamos constantemente escudriñando el trato que otros nos dan, viendo lo que podríamos tener y no tenemos. Necesitamos ponerles límites a los deseos de nuestra carne, y ¿cómo se hace? ¡Glorificando a Dios! Teniendo a Dios como nuestro gran Proveedor y Benefactor, levantándonos cada la mañana diciéndole “Señor, gracias por tu cuidado, por tu misericordia, por tu amor grande por mi vida”. Hay dos formas de ver la vida: como un vaso medio vacío o como un vaso medio lleno. ¿Eres de aquellos que están siempre viendo lo que te falta? -Estás caminando en línea recta hacia el árbol prohibido adonde está esperando la serpiente antigua para argumentar contigo. Ella razonará que lo que te falta es justamente lo que Dios no te permite, y que eso es justamente lo que te hará feliz. Te prometerá que te puedes volver como Dios, que no es verdad que morirás, que no es verdad que te hará mal.
Por la puerta ancha que lleva a la perdición pasan las multitudes que no glorifican a Dios, que no le dan gracias, que no lo tienen en cuenta, que siempre están detrás de algún “árbol” que ansían y no pueden alcanzar, y cuando lo logran, comienzan a ir detrás de otro, de otro y de otro. Volviendo a Romanos 1, en el versículo 21 dice: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:21). Esto quiere decir que sus razonamientos se volvieron tontos, inútiles, vacíos de significado y de valor.
Cuando sacamos del cuadro a Dios y no lo glorificamos, no le damos gracias, nos pasa lo que le pasa al resto de la humanidad: nos envanecemos. ¿Cómo ha llegado gran parte de la ciencia a creer la locura de que descendemos de los monos? El hombre moderno se mira al espejo y se ve a sí mismo como un mono evolucionado, que no tiene espíritu, como un animal más. ¡Qué locura! Claro que este pensamiento es vano, que las universidades y las escuelas enseñan la estupidez. El hombre está envanecido en sus razonamientos y su corazón fue entenebrecido, lleno de tinieblas, de mentira, y desde este estado ha surgido el caos social que vemos cada día.
Dar gloria a Dios es el resultado normal de ver la luz y la verdad; es la reacción lógica ante un Creador y Padre amoroso. No darle gloria es entrar en las oscuridades, es andar en penumbras, y caminar hacia nuestra estupidización. Vemos borrosamente, confundimos los colores y las formas, nos enceguecemos. Esto es lo que ha pasado con la humanidad el día que concibió una creación sin Creador.
Hasta aquí hemos hablado de un proceso de degradación que nosotros mismos generamos y todavía existe la posibilidad de revertirlo, de volver atrás. Todavía es posible que alguien cerca nuestro nos advierta, nos haga ver nuestra vanidad y el poco valor de nuestra manera de pensar que comienza a evidenciarse en nuestra forma de actuar. Aún es posible oír el llamado de atención, reaccionar humildemente, arrepentirnos. Todavía Dios, a través del Espíritu Santo en nosotros y en aquellos hermanos cerca nuestro, hará intentos de hacernos volver en razón, recuperar la sensatez.
Todavía no ha ocurrido el endurecimiento pleno de nuestro corazón, un estado casi irreversible, en el que somos abandonados por Dios, en el que se acaban las posibilidades de retorno, en el que quedamos a merced de nosotros mismos, hastiados de nuestros propios consejos (Prov 1.31), a merced de nuestra propia locura como ocurrió con Nabucodonosor al volverse una bestia del campo (Dan 4). Pablo en 2 Timoteo 2.24-26 parece referirse a un estado semejante al hablar de aquellos que están cautivos, encerrados, prisioneros de un lazo del diablo.
Cuando la insatisfacción, la falta de gratitud y devoción a Dios ha comenzado a mellar nuestra inteligencia espiritual y sentido común, debemos reaccionar rápidamente, darnos cuenta de lo que está por suceder, ya que estamos frente a nuestra propia degradación. Aún hay tiempo para no caer cautivos del lazo del diablo, aun no es irreversible nuestra locura, pero debemos reconocer esta realidad y confrontarla con fuerza.
Nuestros oídos espirituales se van cerrando para no oír a Dios, y para no oír a los hermanos que Dios envía en su misericordia una y otra vez para advertirnos. Se vuelve imprescindible la exhortación: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación” (Hebreos 3:14-15).
La insatisfacción, expresión fiel que refleja nuestro egocentrismo, debe ser resuelta corriéndonos a nosotros mismos del centro y colocándolo a Dios en ese lugar, aceptando lo que Él ha puesto delante nuestro con un sentir de gratitud y devoción, glorificándolo. Esta nueva actitud nos hará volvernos de nuestro caminar hacia el “árbol prohibido”, y nos acercará a quienes Dios ha puesto a nuestro lado.
Podemos decir, “gracias, Señor que puedo ver ahora el derrotero en el que estaba cayendo. Abre mis ojos para ver con claridad, quita de mi la necedad de mis pretensiones vanas, y pueda yo volverme hacia los me rodean.” Esto nos correrá del centro de atención y colocará a Dios en ese lugar, y nos volveremos siervos de Dios agradecidos. Se acabará nuestra actitud demandante y nos transformaremos en hijos de Dios que aman a Dios y a aquellos que Dios puso a nuestro lado. Dejaremos de exigir a Dios y a los demás nuestras propias pretensiones y expectativas y nos volveremos verdaderos siervos, que es el lugar que Cristo escogió en este mundo y el que nosotros debemos escoger.
Segundo Escalón: Dios Nos Deja A Nuestra Propia Merced
Sin embargo, nos hace bien saber que si nuestro orgullo y actitud demandante no es depuesta, el deslizadero hacia abajo va a continuar irremediablemente. Se puede llegar a un punto del que parece no haber retorno:
Debemos notar aquí un cambio esencial producido en este deslizadero: ahora la acción es de Dios, no del hombre. Es Dios, expresando su ira ante semejante injusticia, tal como dice el v. 18: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”. Cuando vemos la degradación de la humanidad, estamos viendo, en realidad, la revelación de la ira de Dios hacia el hombre, que ha detenido con su ingratitud y desprecio hacia su Creador, la verdad, produciendo la mayor injusticia que se puede producir bajo el sol, que la criatura menosprecie al Creador y Sustentador de la vida.
Cuando caminamos en una dirección incorrecta y no nos arrepentimos, cuando no reconocemos ni confesamos nuestras faltas, cuando no nos sorprendemos de nuestra conducta, cuando no enderezamos el camino y ordenamos nuestros criterios conforme a la verdad, volviendo hacia Dios, hacia su voluntad, colocándolo a Él en el lugar que le corresponde y a nosotros bajo su señorío, estamos ante una muy crítica coyuntura de nuestra alma. Nos estamos exponiendo a un abismo en el que podemos quedar presos de nuestra propia torcedura, de nuestra propia concupiscencia, de nuestras propias tendencias.
¿Estás agradeciendo lo que Dios te dio? ¿Cómo está tu mirada acerca de tu propia vida? ¿Tienes conciencia de la herencia eterna reservada en los cielos, de la salvación con la que fuiste salvado? ¿Tienes conciencia de cómo Dios ha sido misericordioso contigo, rescatándote de una manera vana de vivir, llamándote de las tinieblas a la luz? ¿Recuerdas que estabas muerto en delitos y pecados, pero sin merecerlo recibiste vida en Cristo?
Amados, lo que quiero decir es que si no tenemos un corazón satisfecho y pleno estamos incapacitados para hacer la voluntad de Dios. ¡No podemos hacerla! Es imposible cumplir con el mandamiento que resume a todos los demás de amar a quienes tenemos cerca, porque ese amor que debemos dar es el que hemos recibido de manera abundante en Cristo. Esta fe, esta mirada espiritual es la que nos lleva a la profunda gratitud por el amor recibido de parte de Dios, y es la que nos lleva a responder en una obediencia lógica, y potencia la vida de Cristo en nosotros.
Pero cuando persistimos en un sendero de quien demanda, cuando en vez de siervos somos amos descontentos por lo que hemos recibido de nuestro Creador, Dios puede revelar su ira hacia nosotros dejándonos a merced de la concupiscencia de nuestro corazón (Rom 1.24), entregarnos a pasiones vergonzosas (1.26) y dejarnos a merced de una mente reprobada (1.28).
Un Chequeo Necesario
Repasemos brevemente aquellos pensamientos y actitudes que dominan nuestro ser interior. ¿Te sientes agradecido por lo que Dios te dio, o sientes que te debería haber dado más de lo que tienes? ¿Te debería haber dado una mejor casa? ¿te debería haber dado una mejor familia? ¿Te sientes merecedor de otras cosas que no has recibido?
¿Tienes conciencia de la misericordia que has recibido de parte de Dios o te sientes como alguien superior, merecedor de más? ¿Con qué actitud te levantas por la mañana, tedio o gratitud?
Quien está satisfecho, y posee un sentir de plenitud y agradecimiento por lo que ha recibido, será alguien libre para amar y para servir a los que lo rodean, que es la esencia misma del evangelio; quien se siente insatisfecho y merecedor de más, será un tirano que demandará que lo sirvan Dios y quienes lo rodean.
Si bien cada uno de nosotros debe batallar contra la propia naturaleza carnal, el mundo y el enemigo, y la tierra se ha vuelto un lugar hostil, existe un Edén espiritual en el que hemos sido colocados por la sangre de Cristo. ¡Hemos sido llamados a participar de la naturaleza divina, estamos sentados en lugares celestiales con Cristo, y hemos sido rescatados de nuestra vana manera de vivir!
Estamos llenos de una esperanza gloriosa que está reservada en los cielos para nosotros. Somos peregrinos conscientes de una salvación gloriosa que no merecíamos, y solo por gracia Divina podemos respirar, movernos y vivir. Si estos pensamientos son los que están guiando nuestra alma, esto se manifestará en una actitud de amor y servicio hacia quienes están cerca nuestro. Cada día será delicia, santo y glorioso del Señor (Isa 58.13). El amor y la misericordia que hemos recibido y nos han sido revelados será fácil volcarlos hacían quienes nos rodean como un río que fluye desde el cielo.
Papá acostumbraba a anotar frecuentemente en su cuaderno personal aquellas cosas que había recibido de Dios, por las que estaba agradecido, y veo en esto el origen del amor y ejemplo que recibíamos de él todos los que estábamos a su lado. David también hacía sus listas: “Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios.” (Sal 103:1-2). ¡Nos hace tanto bien sentarnos a escribir en soledad la lista de aquello que Dios nos ha dado!
Estas listas deberían estar grabadas en nuestras mentes cada día y serán un antídoto contra nuestra necedad, contra nuestras concupiscencias, contra nuestro orgullo y egoísmo. Nuestra gratitud se vuelve devoción a Dios, y es olor agradable al Espíritu Santo que lo escudriña todo.
El agradecido se levanta diciendo: ¡Señor, gracias por este día! Lo llamo delicia tuya, lo llamo santo, me abstendré de mis palabras, me abstendré de mis obras! Quizá estemos pasando una situación difícil, quizá las cosas parezcan estar en contra nuestro. Pablo y Silas estaban en la cárcel, con suficientes razones humanas para estar deprimidos, ¡pero cantaban himnos con tanta fuerza que todos los presos los oían! (He 16.25)
El fin de la gratitud es la libertad para amar. Este amor, es el fin de todo lo que Dios quiere de la iglesia (1 Tim 1.5). Pablo, conocía lo que significaba pasar por dificultades y pruebas. Notemos cómo era su mirada acerca de lo que debía sufrir, y cómo su conciencia acerca del “edén espiritual” lo conducía hacia el amor:
Amados, pongamos nuestras exigencias en la cruz, y librémonos de las demandas de la carne revisando el estado de nuestra gratitud a Dios. Hagamos listas de todos los beneficios que hemos recibido y busquemos tener un corazón lleno de devoción a Dios. Vivamos en el gozo de la gracia que hemos recibido porque solo así podremos alcanzar el fin de todos los mandamientos de Dios, amando a quienes nos rodean en vez de exigir de ellos que nos sirvan. Vivamos conscientes del Edén espiritual, del amor que hemos recibido, y seamos ríos que fluyen con ese amor hacia quienes nos rodean. ¡Que Cristo sea glorificado en nuestras vidas!