LA ESPIRITUALIDAD EN EL MATRIMONIO (Parte I), Giovanni Traettino.
Dios tiene su propio kairós, un tiempo especial para nuestra vida. Nuestra vida misma es un kairós, nuestro matrimonio es un kairós. Nuestra relación comunitaria es un kairós. Porque Dios es soberano y tiene un propósito para cada uno de nosotros, para nuestra vida a nivel personal, para nuestro matrimonio y para nuestras relaciones dentro de la iglesia.
[Kairós es una palabra griega que significa tiempo/momento. Es distinto a cronos que se refiere al tiempo cronológico]
Espero que tengas la convicción de estar en el lugar y el momento justo de tu vida, porque esto es fundamental.
Pasemos a aquello quiero compartirles en esta oportunidad.
En septiembre de este año (2014) mi esposa y yo cumpliremos 45 años de casados, así que tenemos una experiencia de matrimonio, sabemos qué es lo que significa estar casados. Hemos pasado por altos y bajos. Tuvimos momentos fáciles, momentos difíciles, e incluso momentos muy difíciles. A veces el ministerio, en vez de haber sido una ayuda, constituyó un problema con mayores tensiones, porque nuestra vida estaba orientada, consagrada a los demás y con frecuencia faltaba un tiempo para nosotros. Así que algunas etapas de nuestra vida se volvieron difíciles.
En el transcurso de estos años y de este camino hemos leído diversos libros, y examinamos varias recetas para ser un matrimonio feliz: paso 1, paso 2, paso 3. Hemos examinado todo, y en un principio quisimos aplicarlo todo. Pero, la meditación de todos estos años acerca de lo que hace falta para lograr un matrimonio que funcione, que tenga éxito (aunque es una palabra que no me gusta), me ha llevado a comprender cosas que quiero compartir con ustedes.
Asumimos que como matrimonio cristiano, conocemos nuestra posición en Cristo. Efesios 1 y 2 revela nuestra posición en Cristo, y la proclama. Luego la epístola sigue con la ética, el comportamiento, la aplicación de esa posición a la vida cotidiana.
– Efesios 1.3,12: “Nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo… para que fuésemos santos y sin mancha delante de él …a fin de que seamos para alabanza de su gloria … fuisteis sellados con el Espíritu Santo”.
– Efesios 2 señala que todo esto es por gracia. Todo lo hemos recibido por gracia. Así que descansamos sobre la gracia, estamos fundados en ella. El testimonio y el agente de esta gracia es el Espíritu Santo. Porque el Espíritu Santo ha venido a morar en nosotros.
Por años he combatido con ciertos conceptos como la ley, la gracia, los mandamientos, y muchas veces me encontré en dificultades al tratar de llevar adelante mi vida solo con estos conceptos; intentando enfrentar las dificultades, la vida, desde ese lugar.
El Espíritu Santo como gracia de Dios en nosotros
Hay algo me ha ayudado mucho en todo esto; he tenido como una revelación, he comprendido que estos conceptos tienen que ver con la persona del Espíritu Santo. Porque, en efecto, el Espíritu Santo es la gracia de Dios en nosotros. Creo que es fundamental conjugar toda la teología cristiana en términos de relaciones, y de relaciones personales. Así que la presencia del Espíritu Santo es la presencia del propio Dios en nosotros. Y se nos ha otorgado el privilegio de activar una relación viva con él en el Espíritu Santo. De hecho, el éxito de nuestra vida cristiana esta directamente relacionado con la compresión y con la práctica de esta relación. Esto es muy importante porque es una transferencia sobre el plano concreto que vincula todos los aspectos.
¿Qué es la santidad?
El Señor nos ha provisto esa posición para que podamos ser santos, porque Dios es santo. La idea de santidad se encuentra en el centro de la revelación que Dios ha dado de sí mismo. Santidad y Dios coinciden. Dios es santo, íntegramente santo. Su identidad es santidad. Cuando nos dice que nos ha dado una cantidad de atributos para que podamos ser santos, es importante que comprendamos cuál es la fuente y cuál es la naturaleza de la santidad.
¿Qué es la Santidad? ¿Es un concepto, es una serie de mandamientos, o es una persona? Para mí fue importante descubrir, que más que un concepto, más que una serie de mandamientos, se trata de una persona. La santidad de manera radical es una persona. Esto es fundamental, sino vamos a traducir la santidad en casuística, en comportamiento. De otro modo, caeremos en hacer una descripción de la conducta con el riesgo de caer en una práctica legalista. Muchas iglesias, aún evangélicas caen en una práctica legalista, simulan ser santos: No tengo que hacer esto, y tengo que hacer esto otro. Hay un espacio para estas listas, pero mucho después de haber comprendido cuál es la raíz, cuál es la fuente de donde surge esa santidad; que es una persona.
La experiencia de la santidad
La comprensión de la santidad está ligada a la experiencia de Dios, al encuentro con Dios. Nuestra experiencia de la santidad coincide con la experiencia que tengamos de Dios. Vemos esto en Éxodo 3, en la zarza ardiente: “Quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en el que tú estás, tierra santa es”. La primera experiencia de Dios, la experiencia inmediata de Dios, coincide con la experiencia de la santidad.
Isaías 6.1-7 dice: “Santo, Santo, Santo”. La experiencia que tenemos con Dios coincide con la experiencia de la santidad que experimentamos.
El apóstol Juan lo dice en su primera epístola: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos” (1 Juan 1.1).
De modo que la santidad es, sobre todo, la revelación y la experiencia de una persona. Porque la santidad es una persona, Dios y sólo Dios es santo (Apocalipsis 15.4). La santidad de Dios tiene que ver con la naturaleza de Dios. Está relacionada con una persona y con la naturaleza de esa persona. O sea que la santidad de Dios tiene que ver con la naturaleza de Dios. ¿En qué consiste esa santidad y esa perfección? Tiene que ver con su carácter, con su vida interior, con la actividad profunda e interna que hay en Dios. Y esta actividad profunda que hay en Dios es en esencia la actividad más radical de Dios, porque la identidad de Dios está en el núcleo de las relaciones. Se define sobre todo como una relación; por lo tanto como amor.
La santidad es relacional
Cuando 1 Juan 4.8 da la definición del amor, dice: “Dios es amor”. Decir que Dios es santo es igual a decir que Dios es amor. Los conceptos de santidad y de amor coinciden en Dios, porque Dios es amor. Su identidad fundamental es el amor.
Dios no hace nada que ya no exista anteriormente en él, y que no coincida con su identidad. Así que como Dios es amor, él ama. Si Dios no fuese amor no podría amar. Su santidad coincide con el amor porque tiene que ver con la estructura interna de la Trinidad. Dios es uno y es trino. Esta trinidad tiene que ver con su unidad; y dentro de las relaciones podríamos decir que equivale al amor.
Así que si el razonamiento de Juan es correcto, la santidad coincide con el amor. El amor es la mejor descripción de la santidad. Donde hay amor está Dios, donde no hay amor no está Dios. Si estas relaciones se llevan a cabo en términos de amor, Dios está presente. O sea que la santidad, en su propia raíz, es relacional.
Cuando Jesús hace un resumen de la ley y de los profetas, él señala: Ama a Dios y ama a tu prójimo.
Quiero destacar dos cosas: Una, la santidad no parte del hombre, sino que parte de Dios. La fuente de la santidad es Dios. Nosotros no podemos producir la santidad. Sería una ilusión que quisiéramos generarla autónomamente.
La santidad es la vida de Dios, y en la medida en que andamos en la vida de Dios, andamos también en santidad, que es la vida de relaciones que hay en Dios.
La segunda cosa es que la santidad no es la elaboración de un código de comportamiento ni el ponerlo en práctica. La santidad, o sea la calidad de la vida de relaciones, es por sobre todo la relación que hay en Dios y nuestra vida de relación con Dios. Las relaciones que están dentro mismo de Dios (eso constituye la santidad) y la relación que nosotros tenemos con Dios. Por sobre todo, las relaciones que están dentro de Dios (santidad), y la relación que nosotros tenemos con Dios.
“Como tú, oh Padre [estás] en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17.21). El secreto es estar dentro de Dios. Tiene que ver con la dinámica interna de Dios, y con nuestra relación con esa dinámica.
Ese es el motivo por que se nos ha dado el Espíritu Santo, para que tengamos un acceso inmediato y cercano a la vida de Dios.
El secreto y la astucia del cristiano es cultivar esta relación. El secreto, la astucia del marido y de la mujer, y del pastor y su mujer, es cultivar esta relación con Dios.
En efecto la Escritura dice: “Es Cristo en nosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1.27).
Esto requiere de otra consideración: la santidad no es la santificación del yo, sino la muerte del yo. Eso significa que el yo muera, sea crucificado, de manera que la vida de Dios pueda manifestarse. De modo que, en tanto que el ser cristianos tiene que ver con la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, el ser santos es desarrollar una vida de calidad en las relaciones, significa en vivir en una comunión profunda en nuestro espíritu con el Espíritu Santo. Habitar con el Espíritu Santo, morar con el Espíritu Santo.
Así que esta comprensión nos libera de una concepción legalista de la santidad y nos introduce en una concepción relacional de la santidad. Yo procuro en la experiencia de relación con mi esposa, estar constantemente en contacto con el Espíritu Santo. No siempre lo consigo, pero este es mi deseo, mi actitud, mi voluntad, mi intención, la comunión constante con el Espíritu.
Si nosotros nos habituamos a esta práctica de la presencia de Dios, desarrollamos una sensibilidad que nos introduce a las actitudes de Dios, que nos lleva a imitar a Dios. Sin Dios no es posible la imitación de Dios. Sin la vida de Dios, no podemos imitarlo.
La clave, la surgente, la fuente, es la vida de Dios en nosotros. Se trata de darle espacio a la vida de Dios dentro de nosotros. Y esto es algo profundamente relacional.
Estamos expuestos a un riesgo, el pensar que con la oración solucionamos el problema, y algunas veces le agregamos también el ayuno.
He visto ministros de Dios, después de 40 días de oración y ayuno completo, salir del ayuno peor que cuando entraron; porque no es una cuestión de ejercicio religioso o espiritual, es una cuestión de relaciones, de contactos, de vida que fluye desde adentro, de ríos de agua viva que salen de nuestro interior.
Y entonces cuando estás en medio de la tensión que se genera entre ti y tu esposa, si estás conectado con la vida del Espíritu, aflora esa vida. De otro modo esa fuente que intenta fluir resulta interrumpida por tu mal carácter. Debes tener la sabiduría de quedarte callado, de estar en silencio y más bien ponerte a orar en lenguas, y retornar a la fuente. “Señor te pido perdón por la reacción que salió de mi carne, quiero moverme en sintonía contigo”.
El Señor también nos dice: “Mira que el que se equivocó fuiste vos, tenés que ir a pedirle perdón a tu esposa”, y allí tendrás que batirte a duelo con tu propio orgullo. Deja que el Espíritu Santo se mueva a través de ti, porque él es el espíritu de humildad, el espíritu de misericordia, el espíritu de mansedumbre.
Pedile perdón a tu cónyuge. Es importante articularlo verbalmente, por eso los animo a hacerlo, porque algunos de nosotros tenemos actitudes que se podrían interpretar como pedido de perdón, pero no es una verbalización del pedido de perdón. Yo creo que nosotros necesitamos verbalizar el pedido de perdón porque eso trabaja en nuestro corazón y produce la transformación que necesitamos para acercarnos a Cristo, para ser transformados más a su imagen, para que Cristo pueda crecer en nosotros.
Así que, en este sentido, la relación de pareja se convierte en un laboratorio, en un taller, en un seminario de transformación y de santidad. Es muy importante que nosotros tengamos una actitud de acogida hacia nuestro compañero, de recibir a ese compañero como el que ha elegido Dios para nosotros.
Los defectos de nuestro compañero son un don de Dios para nuestra santificación. Tienen el potencial de convertirse en un factor de transformación. Así que la relación con el Señor es la puerta.
La vida de Dios, la relación con la vida de Dios, no depende del conocimiento. El riesgo es que nosotros asociamos todo al conocimiento (gnosticismo). Sin embargo todos podemos entrar en esta relación con la vida de Dios: Los teólogos y los ignorantes, los ricos y los pobres. Por eso es importante que el cristianismo se funde sobre el contacto con Dios. Lo que cuenta y lo importante es la humilde, pobre y esencial relación con Dios. Como pastores nosotros podemos engañarnos a nosotros mismos y pensar que por que predicamos los domingos somos mejores que los demás. Sin embargo, lo que hace la diferencia es la restauración de las relaciones entre mi esposa y yo. Cuanto más crecemos en Dios, nuestro matrimonio mejora en la capacidad de pasar por sobre las tribulaciones, que no dejarán de estar presentes, pues tenemos que luchar con los conflictos de carácter, con los problemas de los hijos, con las situaciones económicas. Pero el secreto de la vida, el secreto de las relaciones, el secreto de la santidad es nuestra relación con la vida de Dios dentro de nosotros.
Requiere mucha concentración. Va abriendo ventanas en una dimensión profunda que nos invita a mirar más allá de lo inmediato. De modo que aún los desaciertos nos conducen a la fuente, al Espíritu. Hay dos maneras de andar: en la carne o en el Espíritu.
“Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu”, (Isaías 57.15).
Es una invitación a mirar para adentro, a revisar nuestras actitudes, nuestras acciones, y nuestra relación con Dios.
Se trata de establecer conexión con ese Dios trino que a través del Espíritu Santo habita con nosotros, así que nuestra relación matrimonial tiene que ver con tener una relación correcta con el Espíritu Santo.
La invitación es a parar y corregir. Conocemos las formulas, sabemos las recetas. Pero si solo echamos mano a eso, no llegamos al fondo del problema. Es preciso que no solo pidamos perdón por que hay que pedir perdón, sino que modifiquemos nuestra actitud carnal.
ENCUENTRO PARA PASTORES Y ESPOSAS Buenos Aires, Viernes 28 de marzo de 2014