La Antigua Cruz y La Nueva Cruz, A.W. Tozer
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.” 1 Corintios 1:18
Sin hacerse anunciar y casi desapercibida, una nueva cruz se introdujo en los círculos religiosos de los tiempos modernos. Se parece a la antigua cruz, pero es diferente; las semejanzas son superficiales, las diferencias, fundamentales.
Una nueva filosofía brotó de esta nueva cruz con respecto a la vida cristiana, y de esta filosofía surgió una nueva técnica religiosa, un nuevo tipo de reunión y una nueva forma de predicación. Este nuevo evangelismo emplea el mismo lenguaje que el antiguo, pero su contenido no es el mismo y su énfasis difiere del anterior.
La vieja cruz no hacía alianza con el mundo. Para la carne orgullosa de Adán, ella significaba el fin de la jornada, ejecutando la sentencia impuesta por la ley del Sinaí. La nueva cruz no se opone a la raza humana, por el contrario, es su amiga íntima y, si lo comprendemos bien, la considera una fuente de diversión y gozo inocente. Esta cruz deja a Adán vivir sin ninguna interferencia. Las motivaciones de la vida no se modifican, se sigue viviendo para el placer, sólo que ahora se deleita en entonar coros, asistir a películas religiosas, en lugar de cantar canciones obscenas y tomar bebidas fuertes. El énfasis continúa siendo el placer, aunque la diversión se sitúa ahora en un plano moral más elevado, aunque no lo sea intelectualmente.
La nueva cruz define un énfasis nuevo y completamente diferente en la evangelización. El que evangeliza no exige la renuncia a la vieja vida para que la nueva pueda ser recibida. No predica contrastes, sino semejanzas. Busca la llave para lograr el interés del público, mostrando que el cristianismo no hace exigencias desagradables, por el contrario, ofrece las mismas cosas que el mundo, solo que en un plano superior. Lo que quiere es demostrar que lo que el mundo pecador está idealizando en el momento es exactamente lo que el evangelio ofrece, aunque el producto religioso es mejor.
La nueva cruz no mata al pecador, sólo le da una nueva dirección. Ella lo hace comenzar un modo de vida más limpio y agradable, pero resguardando su respeto propio. Al arrogante le dice: “Ven y muestra tu arrogancia a favor de Cristo”; le declara al egoísta: “Ven y vanaglóriate en el Señor”. Al que busca emociones, lo llama: “Ven y goza de las emociones de la hermandad cristiana”. El mensaje de Cristo es manipulado en la dirección de la moda corriente, para volverlo aceptable a la gente.
La filosofía por detrás de esto puede ser sincera, pero su sinceridad no impide que sea falsa. Es falsa por ser ciega, interpretando erradamente todo el significado de la cruz.
La vieja cruz es un símbolo de muerte. Representa el fin repentino y violento del ser humano. En la época del Imperio Romano, el hombre que tomaba su cruz y seguía por el camino, se había despedido de sus amigos. Ya no volvería más, estaba yendo a su fin. La cruz no hacía acuerdos, no modificaba ni libraba de nada; ella acababa con el hombre de una vez por todas. No intentaba mantener buenos términos con su víctima. La golpeaba cruel y duramente y cuando terminaba su trabajo el hombre ya no existía.
La raza de Adán está bajo sentencia de muerte. No existe conmutación de penas ni posibilidad de fuga. Dios no puede aprobar cualquiera de los frutos del pecado, aunque estos sean inocentes y bellos a los ojos humanos. Dios rescata al individuo liquidándolo y luego resucitándolo a una nueva vida.
El evangelismo que traza paralelos amigables entre los caminos de Dios y los del hombre, es falso en relación a la Biblia y cruel para el alma de sus oyentes. La fe manifestada por Cristo no tiene un paralelo humano, ella divide al mundo. Al acercarnos a Cristo no elevamos nuestra vida hacia un plano más alto, la dejamos en la cruz. La semilla de trigo debe caer en el suelo y morir.
Nosotros, los que predicamos el evangelio, no debemos creer que somos agentes de relaciones públicas, con el fin de establecer “la buena voluntad” entre Cristo y el mundo. No debemos imaginar que fuimos comisionados para que Cristo se vuelva aceptable a los hombres de negocios, a los empresarios, al mundo del deporte y a la educación moderna. No somos diplomáticos, sino profetas, y nuestro mensaje no propone un acuerdo, es un ultimátum.
Dios ofrece vida, pero no se trata de un perfeccionamiento de la vida antigua. La vida que Él ofrece nace de la muerte. Permanece siempre del otro lado de la cruz. Quien quiera poseerla deberá pasar por el castigo. Es preciso que se repudie a sí mismo y así coincida con la justa sentencia de Dios contra él. ¿Qué significa esto para el individuo, el hombre condenado que quiere encontrar vida en Cristo Jesús? ¿Cómo puede esta teología ser traducida en términos de vida? Es muy simple. Él debe arrepentirse y creer. Debe dejar atrás sus pecados y debe olvidarse de sí mismo. No debe encubrir nada, defender nada, ni perdonarse nada. No debe tratar de hacer acuerdos con Dios, sino inclinar la cabeza delante del golpe del severo desagrado de Dios y reconocer que merece la muerte. Hecho esto, debe contemplar, con sincera confianza, al Salvador resucitado, y recibir de Él vida, nuevo nacimiento, purificación y poder. La cruz que terminó la vida terrenal de Jesús pone ahora fin a la vida del pecador; y el poder que levantó a Cristo de entre los muertos ahora lo levanta a una nueva vida con Cristo.
Para quien desee hacer objeciones a este concepto, o considerarlo sólo como un aspecto particular y estrecho de la verdad, quiero afirmar que Dios colocó su sello de aprobación sobre este mensaje desde los días de Pablo hasta hoy. Lo que fue declarado, tal vez no en estas exactas palabras, fue el contenido de toda predicación que trajo vida y poder al mundo a través de los siglos. Los místicos, los reformadores, los renovadores, pusieron ahí su énfasis. Y señales, y prodigios y poderosas operaciones del Espíritu Santo dieron testimonio de la operación divina.
¿Osaremos nosotros, los herederos de tal legado de poder, manipular la verdad? ¿Osaremos nosotros, con nuestros gruesos lápices, apagar las líneas del diseño o alterar el patrón que nos fue mostrado en el Monte? ¡Que Dios no lo permita! Vayamos, prediquemos la antigua cruz y conoceremos el antiguo poder.