EL ÁNGEL DEL PASADO Y EL ÁNGEL DEL FUTURO, Giovanni Traettino.
Espero que la palabra de esta mañana responda a nuestras necesidades. Mi esposa y yo nos encontramos todas las mañanas para orar y leer la Biblia juntos. Tenemos un buen momento, un pequeño momento, pero buen momento de comunión delante del Señor, con la Palabra para renovar nuestra comunión cada día.
Hace cuatro meses llegamos Apocalipsis. Y nos detuvimos en Apocalipsis 2.7 que dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”.
Cuando el Apóstol escribe este libro era a fines del primer siglo del cristianismo. Resulta interesante que algunos habían conocido personalmente el comienzo de la iglesia, habían visto y vivido el pentecostés, experimentado las sanidades, los milagros, el crecimiento de la iglesia primitiva. Algunos de ellos habían estado en Jerusalén, y en ese momento estaban a pocas décadas del comienzo glorioso de la iglesia, pero ahora estaban pasando por un tiempo difícil de crisis.
De modo que el Señor habla a la iglesia, y al ángel de la iglesia, porque en diversas iglesias ya había frialdad, y se experimentaba un decaimiento. Esta es una tendencia natural del hombre. Comenzamos con entusiasmo, empezamos con gran pasión, arrancamos con mucha consagración, pero después de unos años tenemos la habilidad de transformar las cosas más lindas en cosas sin sabor, insípidas, sin color, en algo que ya no tiene pasión.
Esa era la situación de la iglesia a finales del primer siglo; y cuando esto sucede las lecciones que encontramos en los primeros capítulos del Apocalipsis hacen referencia a la necesidad estratégica de escuchar. Porque aquí en Apocalipsis, resulta evidente la relación estratégica entre el escuchar y el tener victoria. Por eso esta escrito en el versículo 7: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Y luego agrega: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida”.
Las dos palabras claves son: escuchar y victoria. La victoria está conectada directamente con el escuchar.
De modo que, cuando pasamos por una etapa difícil, una etapa de debilidad, es importante activar de nuevo nuestro oído. El año pasado cumplí setenta años, y vengo notando que mi capacidad de oír ha ido disminuyendo. Me refiero al oído físico, a nuestra manera física de oír. Pero he notado que en el plano espiritual el tiempo tiende a producir el mismo tipo de proceso, una cierta hipoacusia auditiva. Hipoacusia física e hipoacusia espiritual, por lo tanto no discernimos bien la voz del Señor, no escuchamos bien al Señor, tal vez porque nos hemos habituado. Sucede lo mismo en el matrimonio, hipoacusia matrimonial, no escuchamos más. Está bien, puede hablar mi mujer o mi marido, total le hemos bajado el volumen, si no lo apagamos por completo. El problema de la hipoacusia espiritual es igual. Así que es muy importante escuchar.
La fe viene por el oír, la visión viene por escuchar, la pasión viene o surge del escuchar. Proviene de focalizar nuestra manera de escuchar sobre la palabra del Señor, bajo la voz del Espíritu, el maestro interior, para sintonizar de nuevo su Palabra para nosotros, para nuestra situación, para nuestra familia natural, para nuestra familia espiritual. Escuchar es estratégico, fundamental.
No solo es importante escuchar, sino cómo escuchamos, porque nuestra manera de escuchar puede estar influenciada por traumas, por heridas. De modo que tenemos una memoria herida y escuchamos con esas heridas que tenemos en nuestra memoria. Porque teníamos tantas esperanzas, habíamos soñado tantos sueños, y después de las experiencias de la vida forjamos una experiencia de la frustración, de la impotencia, de la incapacidad, del no haber visto realizados nuestros sueños y esperanzas. Así que una memoria herida puede distorsionar nuestra capacidad de escuchar, y esto ocurre aún en las relaciones más importantes de nuestra vida, la relación entre marido y mujer, la relación entre padres e hijos, las relaciones dentro de la comunidad. “¡Ah esta comunidad no tiene esperanza!”. “Y con respecto a mi matrimonio, solo me queda resignarme”. Tenemos una memoria lastimada y es necesario que haya una sanidad en ella para que podamos escuchar bien la voz del Señor y seamos capaces de leer adecuadamente la palabra de Dios.
Recientemente el Señor me ha dado una palabra. La imagen del ángel del pasado y del ángel del futuro. Es como si en algunos momentos o períodos de nuestra vida viniera un ángel invisible y nos hiciera concentrar el pensamiento en las imágenes del pasado. El ángel del pasado tiene la capacidad de colocar nuestra mirada sobre las heridas y las cuestiones del pasado. Si nosotros miramos las ruinas del pasado, las fallas del pasado, eso nos detiene y nos quita la capacidad de enfocarnos luego en el futuro. Nos convertimos en prisioneros del pasado. Prisioneros de las experiencias negativas del pasado, de las fallas del pasado, de las ruinas del pasado, de las desilusiones del pasado. En nuestro corazón pensamos que va a ser siempre así y perdemos la capacidad de la esperanza, de creer en la posibilidad de un futuro diferente al pasado que hemos vivido. Así que nos convertimos en prisioneros de las experiencias negativas del pasado. Toda la vida nos parece una ruina, echamos una mirada al pasado y lo único que vemos son ruinas, fallas y frustraciones.
¡Esperábamos tanto del matrimonio! ¡Esperábamos tanto de la iglesia! ¡Teníamos tanta fe en la sanidad! Y de esta manera todas las frustraciones que se han guardado en nuestro corazón nos paralizan. El pasado se convierte en una calamidad que nos bloquea, que no nos permite seguir y nos quita la capacidad de volver a creer, de volver a tener fe en el futuro. Y nos derrumbamos en cuanto a la esperanza. Es allí que nuestro corazón y nuestra vida interior se paralizan por la tristeza.
Es como un ángel, el ángel del pasado que nos sugiere volver a mirar al pasado y luego nos susurra: “No te ilusiones, el futuro no va a ser mejor que el pasado”.
Yo creo que todos tendríamos razones para escuchar a este ángel, pero si lo hacemos, permanecemos paralizados por las experiencias negativas del pasado, perdemos las esperanzas y no tenemos más la capacidad para crear futuro y convertirnos en instrumentos de Dios para crear el futuro que él ha preparado.
El ángel del pasado viene a sugerir que no hay esperanza, que la vida va ser siempre así, que no es posible tener fe en el futuro. Si escuchamos a este ángel, si prestamos oído a esta manera de pensar, si escuchamos esta sugerencia, quedamos expuestos al riesgo de la mujer de Lot.
Yo me imagino que un ángel, el ángel del pasado, se aproximó al oído de la mujer de Lot y la llamó para que mirara atrás. Cuando ella lo hizo se convirtió en una estatua de sal, se paralizó, se destruyó su fe, quedó prisionera del pasado. Para ella no hubo ningún futuro.
Todos estamos expuestos al riesgo de escuchar al ángel del pasado. Muchos de nosotros llevamos una vida muy triste, aunque seamos cristianos, porque hemos elegido escuchar al ángel, al mensajero del pasado.
También existe otro ángel, el ángel de la noche. Me hace acordar a la historia de Jacob luchando con el ángel a media noche. La propuesta de éste ángel es que, a causa de las fallas de nuestro pasado, para nosotros no hay futuro. Así que necesitamos entrar en una lucha cuerpo a cuerpo con este ángel de la noche para poder ganar nuestro futuro. Y muchas veces esta lucha es una lucha entre la vida y la muerte. En este cuerpo a cuerpo con el ángel de la noche, con los pensamientos a los que nos arrastra, con las propuestas que nos hace; es importante que refutemos los pensamientos negativos de creer que por haber fallado en el pasado, para nosotros ya no hay futuro. En esa noche Jacob logró ganarse un futuro y la lucha con el ángel le dejó una marca, un hito que diferenciaba la vida del viejo Jacob y la del nuevo Jacob. No importa cuantos años tengamos, yo he superado los setenta años, no importa si tenemos cincuenta, u ochenta, o treinta; es una lucha que debemos enfrentar con frecuencia en nuestra vida porque el desánimo golpea a la puerta, porque el pesimismo nos abate, porque la incredulidad quiere instalarse.
Debemos vencer y tener victoria en la batalla de la medianoche de nuestra crisis aunque esto signifique quedar rengos de una pierna, como Jacob. Tenemos que pelear esta batalla porque es una batalla por la vida, por el futuro, por la esperanza, por la herencia, por las promesas de Dios que hasta hoy no hemos visto realizadas pero que tienen su realización en Dios.
Entonces está el ángel del pasado, el ángel de la noche, y el ángel del futuro. Tenemos que escuchar al ángel del futuro.
Es aquel que nos trae el mensaje de que hay esperanza, que hay futuro, que hay novedad, que hay un futuro para nosotros en Dios aunque tengamos setenta o noventa años; aunque hayamos pasado por las peores experiencias de nuestra vida, aunque vivamos en la angustia y en la pobreza, hay un futuro para nosotros en Dios. A pesar de las circunstancias actuales, personales, familiares, nacionales, en las que estemos inmersos, tenemos un futuro en Dios.
El ángel del pasado y el ángel del futuro. Debemos escuchar al ángel del futuro. Tenemos que ver el rostro del Señor para que él pueda utilizar las experiencias negativas y transformarlas en una promesa y en una experiencia de futuro. No nos rendimos, no nos estancamos. Hay un bello proverbio en Italia que dice: Mientras hay vida hay esperanza.
Tenemos un futuro en Dios. Dios es el Dios de nuestro futuro. Nuestro Dios es el Dios de la esperanza. Nuestro Dios es el Dios de la consolación. Nuestro Dios es el Dios de la sanidad profunda. Nuestro Dios es el Dios de la transformación, él va a transformar hasta las experiencias más negativas y convertirlas en perlas. Ustedes pueden mirar hacia atrás en su propia vida, treinta años, cincuenta años, setenta años, pero si colocan su vida a los pies del Señor, él va a transformar las experiencias más negativas en lecciones y bendiciones para el futuro.
¿Qué le dice el Señor a la iglesia o a los creyentes cuando están en el desierto? Porque hay desiertos en la vida, hay periodos difíciles en la vida. Sé que la Argentina no está atravesando momentos felices, Anímense, también en Italia está pasando eso. No es un periodo fácil pero nosotros tenemos un recurso interior. Tenemos un tesoro interior al que podemos acudir o apelar. Cuando vivimos este desierto de nuestra vida (y todos atravesamos desiertos en nuestra vida), podemos escuchar la exhortación de la palabra de Dios.
Como esta escrito en Hebreos 10.23: “Mantengamos firmes sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos”.
La receta, cuando las cosas van mal, cuando atravesamos el desierto de la vida, es prestarnos atención los unos a los otros. Es practicar la solidaridad, sostenernos recíprocamente, realizar buenas obras. No solo con amor expresado en palabras, sino con solidaridad, ésta es una fortaleza de la iglesia del Señor. Amor – Buenas obras – Comunidad. Esta es una receta para el desierto, una receta para los períodos de dificultad.
Por sobre todo amor. ¿Por qué? Porque Dios es amor. Y porque el amor habita en nuestro corazón. Y donde está el amor está Dios. Si no hay amor no está Dios, porque donde hay amor, hay luz.
Como está escrito: “Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1.7).
Amor, porque donde hay amor, hay amor por los hermanos. 1 Juan 3.14 dice: “Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en muerte”.
El amor de los hermanos nos ayuda a atravesar el desierto, los períodos difíciles.
Amor, porque donde hay amor hay unción. El Salmo 133.1 dice: “¡Cuán bueno y cuán delicioso habitar los hermanos juntos en armonía!
El amor es fundamental para atravesar los desiertos de la vida. Donde hay amor siguen las buenas obras, ¿no es verdad? Porque el amor nos impulsa a hacer buenas obras. Obras de amor. Obras que expresen de manera práctica nuestro amor. Porque donde hay amor nace y se renueva la comunidad. Toda comunidad. Desde la comunidad de la familia hasta la comunidad de la iglesia. El secreto del amor. Nunca tengamos en menos al amor.
La Palabra nos dice en 1 Juan 4.7: “Amados amémonos unos a otros”.
Y en Hebreos 10.24: “Considerémonos unos a otros”.
Un elemento importante para el ejercicio del amor que produce madurez dentro de la iglesia, es la misericordia. El amor está muy ligado al ejercicio de la misericordia. Al amor se le debe dar calidad a través de la misericordia. Misericordia por nosotros mismos, eso por lo general es bastante fácil (aunque a veces es difícil tener misericordia con uno mismo por el pasado de uno). Misericordia con nosotros mismos y misericordia con nuestro prójimo, nuestro hermano. No machaquemos y no discutamos con nuestros hermanos sobre su pecado y su responsabilidad, no pongamos sobre nuestros hermanos el peso de la condena, la carga por sus fallas, por sus pecados. Seamos misericordiosos. Así se nos hará misericordia. La iglesia madura a través del ejercicio de la misericordia. Debemos crear un espacio para la misericordia de Dios dentro de nuestro corazón. Está escrito: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, (Mateo 5.7). También dice la Escritura en Mateo 5.39-42: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito… y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla… Al que te pida, dale”. Es el ejercicio de la misericordia.
Podemos encontrar este concepto también en Mateo 6, y en 1 Timoteo: Gracia, misericordia y paz.
En Santiago 2.13: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio”.
En Colosenses 3.12: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”.
Estos sentimientos son muy importantes para nuestro crecimiento, para nuestra maduración a la hora de atravesar los desiertos de la vida.
Hay un texto que me ha impresionado mucho en el último año. El texto escrito por un Prior de una orden monacal certosina. Él señala que es necesario aprender a convivir con la debilidad.
En la vida espiritual, si es vivida con seriedad, llega pronto el momento en el que uno hace la experiencia de la propia debilidad como el lugar de encuentro con el Señor. Entonces se llega a comprender que si Dios no me sana es para que en la experiencia de la herida yo lo pueda encontrar a él. Como está escrito: cuando soy débil, entonces soy fuerte. Debemos salir del engaño que debemos esperar ser perfectos, bellos y santos para encontrar al Señor.
Creo haber comprendido, que el valor evangélico de una comunidad no se fundamenta en la premisa de la perfección, (y esto claramente le viene bien a cualquier comunidad, comenzando con la comunidad familiar) sobre la culpa y el perdón que circulan entre los miembros de la familia de la comunidad. Es así como Dios abre un espacio para sí mismo en medio de la comunidad. Cada pequeña comunidad, cada gran comunidad que se empeña en construirse a sí misma, lo hace sobre la debilidad bendecida por el Señor, y sobre el perdón recíproco, en vez de la competencia entre unos y otros y la lucha de poder. Esto hace un aporte importante en la construcción de la comunidad y de la familia. Si una comunidad no es capaz de darle espacio al débil, difícilmente pueda ser considerada una comunidad evangélica.
Una de las primeras responsabilidades del cristiano es la de perdonar, la de perdonar todo, y la de perdonar siempre. El laboratorio para esto es la familia natural, y nuestra familia local y espiritual. De modo que una de las principales responsabilidades del cristiano es perdonar y perdonar todo.
La medida de la vitalidad de una comunidad no se mide por la belleza de sus cultos, ni por su impacto hacia afuera, y menos por la cantidad de miembros. Según mi parecer se mide por la calidad de la reconciliación que circula entre los hermanos. Lo que Dios tiene en su corazón debe pasar a nuestro corazón, la misericordia.
Es muy difícil ejercitar el amor y seguir amando sin misericordia. La misericordia es fundamental y estratégica para la construcción de la familia natural, de la familia espiritual, y para la unidad de la iglesia, y para lo que Dios quiere manifestar a la humanidad. Nuestra experiencia de salvación es una experiencia de misericordia. Es la experiencia que Dios ha ejercitado con nosotros. Nuestra vida cristiana y nuestro proceso de santificación es terreno de la experiencia de la misericordia que se renueva cada día, cada mañana. A diario tengo que apelar a la misericordia de Dios. Cada día como familia debemos apelar a la misericordia de Dios. Cada día como pastores debemos apelar a la misericordia de Dios. Cada día como hermanos debemos apelar a la misericordia de Dios.
Hasta el hombre justo peca siete veces por día, dice la Escritura. Dependemos de la misericordia de Dios. En nuestras relaciones, dependemos de la misericordia. ¡Qué tengamos la capacidad de ejercitar la misericordia los unos a los otros!
Una ayuda para nosotros puede ser la capacidad de escuchar la eternidad, escuchar la voz de la eternidad. Hay una fuerza de atracción en la eternidad. Debemos descubrir esta fuerza de atracción y permitir que la fuerza de la eternidad dimensione nuestras palabras o relaciones. La fuerza de la eternidad es una potencia transformadora de nuestra vida. Porque desde la eternidad comprendemos mejor el sentido de nuestra vida, de nuestras acciones, pues vivimos para la eternidad. Esta perspectiva nos introduce en la contemplación de otra fuerza: la fuerza de atracción de Cristo.
Dejémonos atraer por la eternidad. Dejemos que la eternidad nos atraiga y que Cristo nos atraiga; y nuestra vida será vivida en la contemplación del Señor y de nuestro destino eterno. El Señor les dé la gracia de vivir con esta óptica, con esta sensibilidad. Somos ciudadanos de la eternidad, somos habitantes de la eternidad. Dejemos que el futuro ejerza toda su potencia transformadora sobre nuestro presente y cree un nuevo futuro para cada uno de nosotros, hasta para los más ancianos.
Oremos:
Exponemos nuestras aflicciones leves y momentáneas delante de la eternidad. Dejamos que la eternidad las ilumine. Dejamos que la eternidad como un imán nos atraiga. Vivimos para la eternidad. ¡Aleluya! Somos ciudadanos de la eternidad. Por nuestras aflicciones leves, estamos marchando hacia el cielo. Somos ciudadanos del cielo. Vamos hacia el cielo. Somos ciudadanos de la eternidad. Tenemos el sello del Espíritu Santo dentro de nosotros. Somos del Señor. Le pertenecemos al Señor. Escogemos vivir en la eternidad. Esta vida esta pasando. Pronto estaremos con el Señor. Muy pronto estaremos con el Señor. Vivimos para él. Pertenecemos al Señor.
Decidamos esta mañana, una vez más, y digamos: mi vida te pertenece a ti, Señor. Yo te pertenezco. Amén.
San Martín, Provincia de Buenos Aires, domingo 30 de marzo de 2014. Mensaje de GIOVANNI TRAETTINO