Cuatro Cosas Que No Son Mi Misión, John Piper.
1. No vengo con el evangelio de la salud y prosperidad. No vengo a decirte que Dios te va a dar salud, que Dios te va a hacer próspero, con el fin de que seas feliz. Ese no es mi mensaje. Vengo a traerte este mensaje: Cristo se dio a sí mismo para que no precises tener salud, riqueza o prosperidad para ser feliz, sino que tu gozo sea tan resistente y constante que estés dispuesto a renunciar a tu salud y a tu prosperidad, si Dios así lo pide de ti.
2. No vengo con la misión de poner “crema arriba de la torta” de tu decisión de seguir a Jesús. Tengo la misión de hacerte saber, por medio de las Escrituras, que si todo lo que tienes es “una decisión de seguir a Cristo” sin tener deleite en Él, en verdad no tienes a Jesús.
No somos salvos por meras decisiones, sino que somos salvos por la acción soberana de Dios, mediante el Espíritu que nos hace nacer de nuevo, lo que nos transforma en nuevas criaturas, poseedoras de gran amor por Dios, y un menor afecto por el mundo. ¡Esto es salvación! La salvación no es algo que sale de mi cerebro. La salvación es un milagro hecho por el Espíritu Santo sobre mí, haciendo lo que yo no puedo hacer, haciendo nacer un nuevo “yo” que tiene nuevos afectos por Dios y que pierde su amor por el mundo.
Es decir, no vengo a ponerle cobertura de crema a la “torta de la decisiones”, sino a persuadirte de que, si entendiste lo que significa la fe salvadora, entonces el deleite en Dios sería parte de la torta, no solo la cobertura; no el último vagón; no algo optativo para ciertos tipos de personalidad.
3. Tampoco tengo la misión de poner el gozo por encima de la gloria de Dios. Mi misión es poner el gozo dentro de la gloria de Dios. Dios es más glorificado cuando tú estás satisfecho en él.
4. No vengo con la misión de que te sientas bien contigo mismo. Vengo a ayudarte a sentirte tan bien con la grandeza de Dios, que puedas olvidarte de ti mismo, y puedas vivir una vida que haga que otros vivan felices en Dios.
Lo voy a repetir, porque en nuestro molde del siglo 21, detrás de la cresta de la ola de la auto-estima, es preciso decirlo otra vez: no estoy aquí para que te sientas bien contigo mismo. Ese sería un mensaje de bajo nivel de “salvación norteamericana”. Estoy aquí para hacerte tan feliz en Dios, contemplando la gloria, la majestad, la belleza, el amor, la verdad, el poder de Dios, que termines olvidándote de ti mismo.
Nadie va al Cañón del Colorado a aumentar su auto-estima. Porque al borde del precipicio del cañón, en el que nos vemos diminutos ante el vasto abismo, no es eso lo que ocurre. Lo que ocurre es el surgimiento de una sensación de admiración y éxtasis, que justamente es para lo que fuimos hechos. ¡En el cielo no habrá salones con espejos en los que te guste lo que veas! Al contrario, tengo la sospecha de que, ¡no habrá espejos en el cielo! Porque todo lo bueno que podría haber en ti estará eclipsado por la radiación de aquello que hay en las personas que amas, y mayormente todo se resumirá en Jesús satisfaciendo tu alma.
Son los pensamientos sobre nosotros mismos los que traen tanta tristeza en este mundo. Y, ¿pensamos que la solución es sentirnos mejor acerca de nosotros mismos? La manera en que me veo, mi altura, mi peso, mi aspecto… “si pudiera sentirme mejor conmigo mismo, me sanaría”. – ¡De ninguna manera! ¡No te sanarías! Tu contentamiento sería de bajo nivel, de baja satisfacción. Fuiste hecho para ver a Dios, amarlo, deleitarte en Él, ¡estar atónito en Él! Así que no estoy aquí para hacerte sentir bien contigo mismo. Estoy aquí para hacerte sentir pleno en Dios, y olvidarte de ti mismo para dar tu vida en amor a otros. Dar es un don más bendito que el recibir.
(Tomado del mensaje “Cuando no deseo a Dios” en North Hills Community Church, Taylors, Carolina del Sur)