Cómo Hablaba Jesús
Meditación de Iván M. Baker, 10 Octubre de 1999
Son las 5:57 de la mañana y el Señor me ha despertado con un pensamiento bien claro sobre la manera como Jesús comunicaba sus palabras y cómo expresaba la verdad a la gente que le rodeaba. A algunos no les comunicaba la verdad, sino que les hablaba por parábolas, “para que viendo no vean, oyendo no oigan y no les sane el Señor” en cambio a otros, a sus discípulos, les decía: “a vosotros les es concedido conocer los misterios del Reino”
Al despertarme de golpe esta mañana, me vino muy fuertemente el pensamiento de que Cristo cuando quería expresar algo, jamás utilizó eufemismos, hipocresía, ni tampoco diplomacia; sino que siempre usó un método directo, claro y contundente, tratando todas las cosas que tenían que ver con el Reino de Dios con la mayor severidad, claridad y objetividad.
Al abrir las Escrituras vemos a Jesús diciendo exactamente lo que quería decir con necesaria y absoluta claridad; y aún cuando sus adversarios venían a él haciéndole preguntas para tentarlo, Él no les respondía lo que ellos querían saber, sino que cerraba la verdad delante de sus ojos, escandalizándoles con respuestas de una franqueza admirable, tal como: “el que no bebe de mi sangre ni come de mi carne no tiene parte conmigo”
No vemos gradualidad ni diplomacia en las palabras de Jesús, ni tampoco ese estilo indirecto que nosotros tan a menudo usamos como si estuviéramos intentando enrolar a la persona en un curso lento y progresivo, sino que vemos a Jesús siendo completamente abierto, franco y claro, expresándole al hombre la verdad en el instante.
Si una casa se está incendiando, o hay una gran calamidad que pone en peligro lo más importante de la vida, en nosotros se enciende un sentimiento de máxima urgencia, sabemos que está todo en peligro y que puede haber destrucción total de los bienes, y somos capaces de desvestirnos totalmente de nuestras parsimonias, despojarnos de toda diplomacia y echar mano a una comunicación directa, brutal y urgente. Ese fue el estilo de Jesús cando hablaba, ya que lo que él estaba tratando era algo de suma urgencia y sabía que el elemento de máximo valor del hombre – el alma – estaba en grave peligro.
Cuando Jesús proclamaba la verdad se podía oír la sirena de la ambulancia o ver la urgencia del médico con el paciente en la sala de operaciones; Él señalaba al hombre claramente su circunstancia inmediata saliendo de su boca – como dice la Palabra – agudas espadas de doble filo.
Para Jesús no había gradualidad al hablar; sino sólo dos tonos: lo que se salva y lo que no se salva; lo que es de Dios y lo que no es de Dios. Él nunca usó palabras dubitativas como: “me parece” ”podría ser” “pienso que sí” “pienso que no”. Cuando tuvo que decir “no sé” lo dijo claramente: “El día y la hora no lo sé ni yo ni los ángeles, solamente mi Padre”. Los Apóstoles, al igual que Jesús, fueron claros y contundentes al expresarse y quien los escuchaba también podía decir de ellos “estos no son como los fariseos; ellos hablan con autoridad”
El llamado entonces es a apartarnos de todo eufemismo, hipocresía, de un plan racional de comunicación y de una escuela de palabras, dejando de lado la prudencia propia del hombre o de la buena educación, y si debemos decir “no sé”, digámoslo sin problemas; pero cuando tengamos que proclamar la verdad y aquello que sí sabemos, expresémoslo con toda claridad y autoridad sabiendo que el mensaje viene de la más grande autoridad de todas. Y si hemos conocido la Palabra de Dios, hemos nacido por ella y somos guiados, nutridos y afirmados por ella, que nuestro lenguaje entonces sea el mismo que usó Jesús.
“Habla y no calles, a tiempo y fuera de tiempo, cuando quieren oír y cuando no quieren oír”, porque el tiempo nos dice que las oportunidades son pocas y cortas y que algunas personas van a oír de nuestra boca el Evangelio una sola vez y nunca más.
Jesús nunca se preocupó si ofendía o no ofendía a sus oyentes, sino que cuando proclamaba el mensaje de salvación ya sabía de antemano que ofendería grandemente, porque todo lo que dijera estaría en contra del espíritu del mundo, en contra del príncipe de este mundo y en contra de todo criterio y racionalismo humanos.
Imitemos a Jesús; pero más importante aún, estemos y andemos en el Espíritu, porque no tenemos necesidad de estar preocupados por la forma como diremos el mensaje ya que el Señor fue claro al decir: “No penséis como lo vas a decir porque en esa hora os será dado por mi Padre”
Busquemos dentro de este marco la voluntad del Padre para imitar al Hijo y que, al dar testimonio, seamos como Cristo: hablemos con urgencia y mantengamos siempre en mente el pensamiento de que la oportunidad presente puede ser la última o la presente conversación la chance final para hablar con alguien.