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Crianza De Hijos, Ivan Baker.

10/05/2014

Crianza De Hijos, Ivan Baker.

familia campoLa base de la crianza de los hijos es el matrimonio, es decir que el punto de partida para la enseñanza de los hijos es ser esposo y esposa, vivir el reino de Dios en la vida privada y en la vida pública, ser ejemplo. Toda la enseñanza de los hijos parte de este punto fundamental que es el ejemplo de los padres. Ejemplo de esposa, ejemplo de esposo, ejemplo de matrimonio, ejemplo de cristianos. Ejemplo de santidad, ejemplo de sujeción a Cristo, ejemplo de amor.

Los hijos nos ven llevar cargas, atender situaciones difíciles con fe,  tener calma en medio de conflictos, no ofender en palabra ni en hecho, dominar el fastidio, dominar la impaciencia,  ser ejemplo como discípulos de Cristo; no ser guiados por criterios propios sino por la guía del Espíritu Santo y la obediencia al Señor y su Palabra. Nos ven mostrar ambos la proyección fuerte en el servicio al Señor, hablar a otros, abrir la casa para que sea un mesón donde muchos sean ganados para el Señor.

 

Esto crea el ambiente de la familia, el ambiente que absorben los hijos. Nos ven ser ejemplo en tiempos de necesidad, angustia, problemas, dificultades, mostrando a los hijos que Dios es el que sustenta, que Dios es a quien miramos para el pan de cada día, que Dios es a quien miramos para la solución de nuestros problemas. Bienaventurados los hijos que ven a los padres confiar en Dios, reposar sobre el Señor en tiempos difíciles.

 

¡Qué escuela! ¡Qué enseñanza! Los hijos que ven el trato de los padres con los demás, las palabras que usan cuando saludan a las visitas, los comentarios que hacen cuando se van estas. Los hijos no deben ver en los padres ninguna señal de hipocresía. Lo que los padres dicen después que se fueron sus visitas es muy importante, porque pudo haber habido defectos, cosas que ordenar, y siempre se deben ordenar con amor a los que se fueron, a los que estuvieron, mostrando a los hijos lealtad verdadera.

 

¡Qué lecciones tremendas aprenden los hijos cuando ven a sus padres ser siempre amorosos, siempre honrando, bendiciendo y no maldiciendo. ¡Gran confusión viene cuando los hijos ven el doble discurso en el padre y la madre! Críticas, comentarios negativos, quizá risas pero no honra. La honra era cuando estaban presentes. Cuando ellos hablaban y nosotros hablábamos; pero cuando se van, nos sinceramos ¡qué lástima! ¡Qué lástima que hemos permitido que el corazón sea tan oscuro! y sin darnos cuenta vamos minando a nuestros hijos con pensamientos negativos, van percibiendo el engaño en los padres, sin darse cuenta perciben la hipocresía de sus corazones y su lengua.

 

El hogar es una escuela que se abre al despertar y cierra la puerta al dormir, pero está enseñando siempre, en todo momento. La conducta de los padres imprime un orden o un desorden particular en el hogar. Ese orden o ese desorden habla tan claro que no hacen falta palabras y llega al corazón de los hijos que comprenden en su análisis más fino, en su más profunda expresión, en su detalle más mínimo, les llega, les impacta, les moldea, les forma. “De tal palo tal astilla”,  se dice en español. Y así los padres por nuestra conducta, por lo que somos, vamos plasmando en nuestros hijos, o la joya de gracia, o la basura de un mal ejemplo.

 

Nervios. No podemos admitir nervios, no es ninguna excusa decir “estaba nerviosa”, “estaba nervioso”, porque Dios nos ha dado su espíritu y su gracia y, justamente la educación de nuestros hijos comienza con nuestro proceder delante de Dios, nuestra vinculación con Dios, con su Espíritu que nos sustenta. Los hijos necesitan ver a sus padres como nuevas criaturas en Cristo, como quienes tienen un nuevo corazón que el Señor les dio, la mente nueva que el Señor les dio. El Señor promete poner su Espíritu dentro de nosotros para caminar conforme a sus leyes, cumplir sus preceptos en todo, “ninguna palabra torpe salga de vuestra boca sino la que sea buena para la necesaria edificación a fin de dar gracia a los oyentes”. Nuestra boca fluyendo por el río de Dios, la santidad de Dios. Necesitan ver como Dios tocó nuestro carácter y lo cambió, no puede un hijo de Dios conscientemente decir es mi forma de ser, así soy yo, porque Dios dijo: os daré corazón nuevo, pondré espíritu nuevo dentro de vosotros. Eso es lo que necesitan ver los hijos: el nuevo corazón, el espíritu nuevo.

 

Educamos mucho más por lo que somos que por lo que decimos, “lo que somos se oye tan fuerte que no se oye lo que decimos”. Vigila tu vida en Cristo, todo lo que dices ya sea de palabra o de hecho, hazlo en el nombre del Señor y educarás bien a tus hijos. La educación de tus hijos no será difícil, será muy fácil, pero te digo que si no es así, si no es ese nuestro carácter, si no es Cristo el que se ve en nosotros, si no es el corazón nuevo y el espíritu nuevo que Dios nos ha dado, es inútil que nos esforcemos por educarles porque los vamos a arruinar, y es posible que ni quieran al Señor, ni quieran buscar al Señor, ni quieran saber nada de Dios. Nosotros somos para los hijos lo que somos para Dios. Si no está Dios en nuestro trato, no está Dios en nuestra conversación, no está Dios en nuestro espíritu, es inútil pretender educar a nuestros hijos en el camino del Señor.

 

La principalísima primera lección que tenemos que aprender para criar hijos es mirarnos a nosotros mismos como padres y preguntarnos ¿cuánto de Dios ven en nosotros nuestros hijos en la intimidad del hogar, en la vida normal, en la vida de cada día, en las decisiones, en los conflictos? En los conflictos es donde la prueba es a fondo: cuando estamos alterados por alguna circunstancia o caemos en derrota. ¿Qué hacemos si nos hemos portado mal? Venimos a nuestros hijos y les pedimos perdón. Si, les pedimos perdón tantas veces como sea necesario, cada vez que nos equivocamos y hacemos lo que no debemos hacer, porque debiéramos ser ejemplo en todo para ellos.

 

Pero lo primero que nuestros hijos requieren es el fundamento de la escuela de Dios en la casa. Es la piedra de toque para toda esta cuestión de educación de los hijos. ¿Cuál es el mayor problema de todos los libros que se escriben sobre la crianza de los hijos?, que desde el primer capítulo ya se habla de la filosofía de la enseñanza del hogar y no del testimonio, del irremplazable ejemplo de una vida recta de los padres. Es ahí donde tenemos que comenzar. Ese es el primer punto. Ese es el principio sobre el cual se va a fundar el matrimonio y la familia, cuando aprendemos a gobernar nuestros labios, cuando aprendemos a gobernar los deseos y pasiones de nuestro corazón, cuando frenamos toda palabra ofensiva, toda palabra que hiere, toda palabra ociosa, frenamos nuestros labios, aprendemos a hablar como corresponde y cuando no lo hacemos pedimos disculpas, y como no queremos estar pidiendo disculpas todo el día vamos a portarnos como corresponde y hallaremos gracia y buena opinión delante de Dios y de los hombres.

 

Así que en mi análisis de este tiempo que vamos a tener de enseñanza para los matrimonios, este es el principal cimiento, la base sobre la cual podemos actuar: la formación de matrimonios en Dios. Esposo y esposa en el Señor, discípulos verdaderos.

Entonces vamos a dedicarnos a esto mismo, a hablar entre nosotros sobre nuestra vida conyugal, algunos de nosotros tenemos muchos años de casados y ya a esta altura yo creo que tenemos que tener bastante conocimiento de nuestros errores y virtudes, de nuestras  debilidades (entre ellas la fortaleza de Satanás, los pensamientos satánicos, las flechas del adversario, la lucha contra el diablo, contra la carne y contra el mundo).

 

Yo diría Hermanos que como primera premisa o primera consideración ganemos la batalla en nuestro hogar contra el diablo, contra la carne y contra el mundo. Comencemos por echar el mundo fuera de nuestro hogar y ya habremos echado en buena parte a Satanás. Ahora un poco más, Satanás fuera de nuestros corazones, rugir sin afectarnos, rodearnos sin alcanzarnos, porque estamos protegidos por toda la coraza del Señor. Para esto necesitamos ir a la página de Efesios 6 y descubrir la armadura. Pablo aquí nos habla de la protección y de los  tipos de problemas que tenemos que enfrentar. Entenderemos cada uno de los oficios de la armadura como Pablo la describe, y  su efecto en protegernos, en bendecirnos, en ayudarnos a ser santos y puros delante de Dios.

 

Leamos lo que dice Pablo en el versículo 10 del capítulo 6 de Efesios: “Por lo demás Hermanos míos fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza”,  y aquí hay una enfática declaración-orden, “vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las acechanzas del diablo”. Luego dice que “no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades…” (Es decir la lucha no es contra mi marido o contra mi esposa, la lucha es contra principados y potestades) “…contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Es decir todo el elenco satánico, nuestra lucha no es entre nosotros sino contra ellos. Ellos nos hacen luchar entre nosotros, ellos trasmiten la lucha a la esposa, al marido. Ponen una palabra ofensiva en la boca de mi esposa y me invitan a la pelea, pero yo no tengo que pelear contra mi esposa que la dijo, sino contra el diablo, contra Satanás. Muchas veces enfrentamos el problema de pelear contra el enemigo equivocado. Mi enemigo no es mi esposa, mi enemigo es el diablo; mi enemigo no es mi marido, mi enemigo es el diablo y toda su confabulación de huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

 

Así que ahora viene la amonestación apostólica: ¿qué tenemos que hacer ante semejante elenco de enemigos? dice Pablo: “tomad toda la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y habiendo acabado todo estad firmes”. Qué bueno, ¿no? “Tomad la armadura, toda la armadura de Dios”. Aquí la palabra: “toda”, debe ser subrayada porque una parte de la armadura no es suficiente. Tenemos que tomar toda la armadura, tenemos que mirar cada parte, porque cada parte de la armadura que Dios nos da es necesaria o indispensable para la lucha y para la victoria.

 

Ahora aquí Pablo está hablando metafóricamente, es decir una metáfora, una adaptación, tomada de la armadura romana, que era muy conocida en aquel tiempo porque había muchos soldados romanos, y entonces Pablo habla de cómo trasladar la figura de esa armadura visible del soldado romano a una gracia que debemos tener en nosotros como armadura espiritual de Dios. Estar firmes ceñidos vuestros lomos a la verdad, es decir que la verdad tiene que acompañarnos siempre, la mentira es el arma del diablo, la verdad es el auxilio de Dios. Es la virtud indispensable para agradar a Dios: decir la verdad, no mentir. En la mentira está el engaño, en el engaño está el diablo, y en el diablo está la destrucción. ¡Cuántas vidas están destruidas porque no se dice la verdad! Y no es cuestión de decir la verdad solamente sino de vivir la verdad, apartarnos de toda clase de hipocresía. Es decir que yo sea como debo ser en mis actos, en mis palabras, y no que yo viva una cosa y proclame otra. Soy discípulo de Cristo pero continuamente estoy desobedeciendo.

 

Las mentiras más grandes a veces no son las que salen de la boca con palabras sino, por ejemplo, pretender ser discípulo y no portarse como tal; pretender ser santo y no vivir en la santidad, pretender ser hijo de Dios pero vivir como vive el mundo. Esa es una mentira, que no es una declaración mentirosa sino que es la declaración de una vida mentirosa, es decir la misma vida miente porque decimos que somos tales y no somos tales, somos diferentes. Si decimos que somos hijos de Dios, que hemos sido salvados por la gracia de la cruz, que Dios nos lavó con su sangre, la sangre del Cordero de Dios, que somos nuevas criaturas en Cristo, y vivimos como viven los del mundo, nuestro hogar es muy parecido al hogar del vecino, las circunstancias y formas de vivir y los entretenimientos y las cosas que hacemos son muy parecidas a las del vecino, ¿cómo podemos decir que estamos en la verdad?

 

 

Decimos que somos nuevas criaturas pero estamos actuando como el mundo, haciendo lo que hace el mundo en gran parte, esa es una mentira, el cinto de la verdad debe ser ostentado con la vida que vivimos. La Palabra nos dice también que seamos hacedores de la verdad y no sólo oidores engañándonos a nosotros mismos. Así que no nos condenemos en lo que aprobamos. Aprobemos lo que es de Dios. Aprobemos lo que Dios aprueba, pero desaprobemos y rechacemos valientemente, urgentemente, todo lo que no agrada a Dios, entonces limpiemos nuestras casas primeramente de toda mentira o de todo engaño o de toda cosa mundana y oigamos la Palabra del Señor que dice: “sed santos como vuestro Padre celestial es santo”.

Ceñidos los lomos con la verdad”, los lomos concentran nuestra fuerza. Que las principales avenidas de nuestro pensamiento, que se exterioriza en las decisiones que tomamos, sea la verdad. Somos discípulos, vivamos como discípulos, somos redimidos del Señor y joyas de su corona, vivamos para la gloria de Dios. Hemos sido salvados y limpiados del pecado, no vivamos en el pecado. Hemos sido separados del mundo como posesión preciosa para Dios, vivamos separados del mundo y no toquemos lo inmundo.

 

Vistamos también la coraza de justicia. La coraza cubre todo nuestro pecho, así era la cota, cubría el pecho y parte de las espaldas. Andar en justicia, la verdad es indispensable para andar en justicia, pero andar en justicia es más que la verdad, más que vivir la verdad, es ser justos, equilibrados, sabios, selectivos, es decir, elegir bien. Nuestro carácter, nuestra forma de pensar es justa, obramos justicia, imponemos justicia, vivimos en la justicia. ¿Qué es vivir en la justicia? –Es no deber nada a nadie, es pagar todo el bien que merecen los que nos rodean, es honrar a los que debemos honrar y apartarnos de los que tenemos que apartarnos. No defraudar, no deber. Honrar, bendecir a todos y esforzarnos por comunicar de nuestro depósito de recursos: misericordia, justicia.

 

Obedezcamos las leyes del país. Dios nos manda que nos sujetemos a ellas. Cristo obedeció las leyes en su tiempo, dando el impuesto que exigía el Imperio Romano que era una fuerza opresora. El Señor nos advierte que si queremos evitar la espada, debemos hacer lo bueno, no en vano llevan las autoridades del país la espada.

 

Con respecto a andar en justicia veamos Isaías 58, versículo 5 dice:

 

“¿Es tal el ayuno que yo escogí que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando lo veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar.”

 

¡Qué tremendo! Tan sencillo, pero esto es caminar en justicia, es caminar según Dios, representando la misericordia, el amor, la gracia de nuestro Dios. Esto es andar diciendo y viviendo la verdad, sin escondernos de las necesidades y disponiéndonos con todo nuestro ser a amparar, ayudar a otros; sabiendo que nuestra ayuda viene de Dios y que Dios es todo proveedor. Porque con cuerdas humanas Él nos atrae, nos auxilia y nos manifiesta su gracia y su amor.

 

La próxima pieza de la armadura es “el apresto del evangelio de la paz” para nuestros pies.  Pablo nos dice “Calzados los pies con el apresto del Evangelio de la paz”, refiriéndose así a la urgencia en llevar el Evangelio de la paz. Este es un calzado que calzamos y que nunca sacamos de nuestros pies. Donde quiera que vayamos, caminamos, dando la Palabra, hablando con la gente, dando testimonio, orando por los que nos rodean, aprovechando toda oportunidad, la que se nos presenta pero mucho más la que nosotros producimos o generamos por nuestro importunio. Porque importunamos conversando con el que no nos habla, saludando al que no nos saluda. Debemos aprender a hacer esto no con violencia sino con cortesía.

 

Y abrimos nuestra casa para transformarla en un mesón donde invitamos a los que quieran venir, estableciendo  un día de reunión a una hora determinada. Nuestro hogar se transforma así paulatinamente en un lugar ensalzado por Dios como un portal de salvación para curar a muchos que están espiritualmente enfermos.

 

No sé cuantos cientos de personas se bautizaron en la bañera de mi casa. Cuando corría el año 1947/1948Dios me dijo “tu púlpito no es ese que está ahí en la reunión, sino tu púlpito está presente en todo lugar que tú estés”. Cuando dijo eso el Señor, cambió radicalmente mi confianza en las campañas y los esfuerzos de evangelismo que había hecho hasta entonces, y puso en mis pies con el apresto del Evangelio.

 

Ahora, regresando al calzado que debemos siempre tener en nuestros pies, Dios no puede ser obligado a obrar cuando nos juntamos una o dos horas un par de veces a la semana en nuestras reuniones. El Señor no puede ni quiere ser empacado en nuestras reducidas agendas. Él se mueve continuamente dentro de aquellos que son sus hijos, en plena libertad, usando su ir y venir cotidiano. Mi trabajo, mi estudio, el ir al supermercado, el viajar en el transporte público, etc., y todo lugar al que vamos es donde está la multitud que el Señor quiere alcanzar con su palabra.

 

Pero esto no implica que me vuelva una máquina que repite siempre las mismas frases. Mi objetivo no es hablar, mi objetivo es seguir la guía del Espíritu. Esto requiere una vida en el Espíritu, un orar sin cesar, y el Señor me da la gracia, me lleva adonde el ya está obrando, y con paciencia y perseverancia, llega el fruto. Fruto en aquellos que reciben la palabra, y fruto en mí mismo, al ser santificado por todo este andar.

 

Tengo que cuidar que mis pies estén siempre calzados con el apresto del Evangelio. Cuando estoy yendo estoy preguntándome: ¿Estoy yendo con el apresto del Evangelio? ¿Estoy yendo en el nombre del Señor? ¿Me doy cuenta que mis actividades rutinarias son un instrumento para rendir honra y servir a mi Señor del cual soy esclavo? El mundo quiere que me concentre en comer, trabajar, comprar, vender, etc.,  pero mientras hago todo eso llevo mis pies calzados con el apresto del Evangelio de la Paz. Así Dios obra sus maravillas.

 

Volviendo a la enseñanza de Pablo, tomamos ahora el escudo de la fe para apagar todos los dardos de fuego del maligno. El justo vivirá por la fe. Muchas veces estamos desamparados aparentemente, pero he aquí el Señor está con nosotros, y la fe es lo que nos hace tener certeza de lo que no es visible. Las circunstancias varían pero nuestra fe debe ser firme. Estamos en aprietos pero no desmayamos, en necesidad pero no nos falta el pan, en angustias pero he aquí nos recostamos en el Señor; aparentemente huérfanos y abandonados, pero muy queridos y amados y abrazados del Señor. ¡La fe! ¡El justo vivirá por la fe, por el escudo de la fe!

 

Ahora, la fe viene por oír la palabra de Dios. Tiene su raíz y su fuerza en los mandamientos y promesas de Dios; en las grandes declaraciones de fe que Dios nos ha dado en su Palabra. Fe es creerle a Dios. No solamente creer a Dios, sino saber que todo lo demás es mentira, que todo hombre es mentiroso y solo Dios veraz.  Los dardos de fuego del maligno vienen y el escudo de la fe, es el que se levanta para detenerlos. Este escudo es lisa y llanamente creer a Dios, y solamente a Dios, y solamente a Dios, y no a las circunstancias, y no al hombre, no a la mujer, porque muchas veces son ellos instrumentos del diablo para mandar las saetas encendidas del adversario.

 

Levanto el escudo de la fe, creo en la Palabra de Dios. Ella es mi sostén, ella es mi garantía. Es un documento firmado con el sello divino de mi Dios. Ese documento contiene sus promesas, sus palabras de estímulo, su defensa, su llamado, su proyecto. Su garantía incluye la certeza fehaciente de que le pertenezco a Él, de que soy suyo, de que la sangre de Cristo es una señal que me cubre y me hace acepto; que soy su hijo, su heredero.

 

La Palabra me enseña el camino. “Lámpara es a mis pies tu Palabra y lumbrera a mi camino”. La Palabra alienta mi espíritu, alienta mi fe y no acepto otra aparente verdad. Toda palabra ociosa que oigo, la juzgo con la Palabra de Dios. Toda pretensión que alguno tenga sobre mi vida, mi tiempo, mis dones, la reviso con la Palabra de Dios. Y si no está de acuerdo a la voluntad de la palabra escrita, la rechazo. “No quieras saber más de lo que está escrito”. No alientes tu corazón con fe en otras cosas que no están escritas por Dios, que El no dijo, que El no habló.

 

Dios te dice: “Juzga todas las cosas por las Palabras que te dije, porque solo ella es escudo, solo ella es sostén, solo ella es seguridad, y ella es divina, santa, pura y eterna. Toda otra palabra es mentirosa. Dios sea verdad y todo hombre mentira.

 

¿Qué más? –El yelmo de salvación. El yelmo era la coraza, el casco que cubría la cabeza. ¡Qué acertado está Pablo!  Este yelmo es el que nos trae la confianza de que a pesar de que nos encaminamos a la muerte, a la derrota, tenemos la certeza de que somos rescatados, auxiliados por Dios. Lo que iba a morir no muere, lo que iba a fracasar, triunfa, lo que iba a perderse, no se pierde, lo que estaba en peligro, fue guardado del peligro.

 

La figura del Yelmo nos habla de que el ataque  dirigido a nosotros es orientado a nuestra parte más vital, a nuestro mismo centro: la cabeza. Pero ahí mismo ponemos el yelmo de salvación. Si no alcanza el escudo de la fe, alcanza el yelmo. Dios cubre nuestra cabeza, Dios cubre el centro mismo de nuestra vida espiritual, la esencia misma de nuestra comunión con Dios. El lugar donde Dios se pasea, donde Dios entra y sale. Mi mente, mi espíritu, protegidos con el yelmo de salvación.

 

Pero el Señor nos da un arma poderosa para no dejarnos solamente en una posición de buena defensa: la espada del espíritu que es la Palabra de Dios. La espada ya no es para defensa, sino para el ataque. El escudo es para la defensa contra toda palabra que no es de Dios. Y la espada, la palabra que sale de la boca de Dios transforma nuestra lengua en un instrumento de ataque; en un instrumento punzante que vence al enemigo.

 

El diablo le tentó al Señor en el desierto diciéndole: “escrito está” y el Señor le respondió  “escrito está también”. El diablo usaba la Biblia sinuosamente, mentirosamente, pero Cristo respondía la conocía y la esgrimía correctamente, impidiendo el engaño. Porque la Palabra de Dios es “más cortante que toda espada de dos filos y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos y discierne las intenciones y los pensamientos del corazón”.

 

La Palabra de Dios nos ha sido dada para proclamar el Evangelio, para señalar el pecado, el camino de perdición y el camino de salvación y es capaz de entrar al corazón mismo de la persona, y alcanzar las coyunturas y tuétanos y discernir las intenciones del corazón del hombre.

 

Que la Palabra abunde en ti. Llénate de la ella y aprende a usarla como arma contra Satanás y como elemento esencial en la proclamación del Evangelio. Nosotros nos asemejamos a Jesús y si de su boca salió una espada aguda como de dos filos, de la nuestra también debe salir esa misma espada que es la Palabra de Dios.

 

Pero Pablo no ha terminado, más allá de la armadura romana, en el versículo 18 dice: “Orando en todo tiempo, con toda oración y súplica en el Espíritu y orando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Pablo ya no encuentra en la armadura del romano una figura que le permita ejemplificar la oración. Un Hermano la llamaba “el Cañón de largo alcance”. La oración en fe. La oración en el Nombre de Jesús. La oración intercesora. La oración que nos conecta con Dios. La oración como diálogo con el Altísimo.

 

¡Qué armadura formidable y qué cañón poderoso! Nos ha dado Dios todos los elementos para estar firmes y constantes y para que toda esta responsabilidad que tenemos que sobrellevar, la podamos sobrellevar con los recursos que Dios no ha dado.

 

[Ivan deja este tema, aclarando que continuará en otra cinta con elementos prácticos del matrimonio. Hasta el momento no hemos hallado esa cinta]

Meditación de IVAN BAKER, 1 de Setiembre de 1999